Los Álvarez, es decir, el tenor argentino Marcelo Álvarez y el barítono malagueño Carlos Álvarez han arrasado esta noche en el estreno de la «criatura» del Festival de Perelada, el montaje de «Andrea Chenier» dirigido por Alfonso Romero que se ha realizado íntegramente en la sede del certamen.
Más de 60 óperas, muchas de ellas en coproducción y algunas en solitario, avalan la vocación lírica del festival pero hasta este montaje de la ópera de Umberto Giordano, una joya del verismo, nunca se había aventurado por el camino de la realización escénica íntegra.
El resultado, en coproducción con ABAO-OLBE, ha complacido de tal forma al público, que abarrotaba el auditorio, que los intérpretes, entre ellos una emocionada Csilla Boross (Magdalena), el director de la orquesta, Marco Armiliato, Romero, el coro -dirigido por última vez por José Luis Basso- y los músicos han debido saludar en repetidas ocasiones.
Del trío protagonista, solo Marcelo Álvarez era la opción inicial, porque el barítono iba a ser Ambrogio Maestri y Magdalena, la soprano Eva-María Westbroek, pero los cambios no parecen haber afectado negativamente a la producción, sino más bien al contrario.
Los tres han sido muy aplaudidos desde el célebre «improvviso» «Un di all»azzurro spazio», en el primer acto, y la ovación se ha repetido en el aria «Comme un bel di maggio», la última de Andrea Chenier, o el hipnótico dúo final «Viva la morte insieme».
Marcelo Álvarez se ha esforzado en cantar «calmo y sereno», moviéndose por el tiovivo del fraseo y el color pautado por Giordano, con una orquesta que ha respirado con él sin apabullarle, y sin hacer exhibición de la «forza» de la que presumían Mario del Mónaco o Franco Corelli.
Enfrente, Carlos Álvarez ha estado elegante, contenido y creíble en su papel del revolucionario Carlos Gerard y se ha llevado una enorme ovación por su rigor y solvencia.
Csilla Boross, que debutaba en España, ha estado conmovedora en la famosa aria «La mamma morta», que popularizó la película «Philadelphia» en la voz de Maria Callas.
El espacio escénico es parte sustancial de la historia con la que Giordano quiso recuperar el drama histórico protagonizado por el poeta que más había criticado al orfebre del Terror, el feroz Robespierre.
Romero ha querido que no se limitara a ser el palacio, la calle o la cárcel que hay detrás de los cantantes, sino que estuviera tan integrado en la acción que el gesto final de Carlo Gerard (Carlos Álvarez) con un elemento del decorado, simboliza el comienzo de nuevo de todo el proceso.
Un rico pero resquebrajado palacio representa en el primer acto la decadencia previa a la Revolución Francesa de una nobleza sorda y ciega a las demandas de «su alteza la miseria», de ahí que el suelo esté inclinado y sostenido por débiles estructuras, lo mismo que el techo.
En el segundo acto, situado seis años después, una montaña de pelucas y otra de ropa, que no cesan de crecer, apuntan a la sangría inmisericorde en la que se ha enredado Francia con una guillotina que no descansa un minuto y que devora a sus hijos.
Los escombros del palacio sirven para reconstruir el tribunal y la cárcel del último acto que es, irónicamente, la casa en la que vivía Magdalena.
Giordano se inspiró en la vida de Andrea Chenier (1762-1794), guillotinado durante la Revolución Francesa, y en el triángulo amoroso formado por el poeta, la aristócrata Maddalena de Coigny, capaz de sacrificar su vida por amor a él, y el criado transformado en revolucionario Carlo Gerard, cuya venganza como amante despechado se vuelve luego piedad y arrepentimiento.
La función de esta noche, en la que EFE ha protagonizado en el recinto del festival «La Noche de la Comunicación», estaba dedicada al que fue el director técnico del festival, Francisco Fontanals, pero también se ha querido rendir homenaje con ella al tenor Carlo Bergonzi, que tantas veces cantó el papel de Andrea Chenier, y que falleció ayer.