Tal día como hoy, hace 57 años, 70 millones de espectadores se reunían en los salones de los hogares estadounidenses. Al parecer, los dos candidatos a la presidencia, el jovencísimo Kennedy y el cabeza de partido republicano Nixon, se enfrentarían en un debate que, según decían, sería emitido por televisión. Nadie supo muy bien entonces qué iban a hacer los dos políticos, pero seguro que era importante. Y es que el de Nixon y Kennedy fue el primer debate televisado de la historia de la política y el encuentro decisivo para inclinar la balanza a favor del joven demócrata.
Subestimar la televisión
Nixon perdió de antemano la batalla antes de comenzar a debatir. Kennedy, más atractivo y joven, llegó al encuentro con los deberes hechos: un traje negro, maquillado, con un preparado peinado. Su look era poderoso y su cutis incluso bronceado.
Sin embargo, Nixon no llamaba la atención, incluso parecía empequeñecer al lado del joven demócrata. Como el líder que era, se negó a ser maquillado. Error. Su barba de día le ensombrecía las facciones y su traje gris se perdía entre los tonos del set, eclipsado por el imponente negro del traje del rival.
Curioso dato que Kennedy luciese mejor que Nixon, teniendo en cuenta que el demócrata era un hombre ya enfermo por el Addison y Nixon un hombre sano.
El debate duró solo una hora. Los candidatos se presentaron, debatieron y respondieron las preguntas de los periodistas.
Kennedy, más novato, llevó las respuestas a las posibles preguntas escritas en tarjetones. Nixon, zorro viejo, fue capaz de responder más natural, pero menos preparado.
Nixon ganó para los oyentes, Kennedy para los telespectadores
El debate reunió 70 millones de personas. El de Trump y Clinton consiguió un audiencia de 80 millones, pero hay que tener en cuenta que en los 60 no todas las casas disponían de televisión, lo que da una idea de la importancia de la histórica cita.
El ganador del debate cambia según la audiencia.
Los que escucharon el debate por radio dijeron que el ganador era Nixon, pero los telespectadores sentenciaron que el vencedor era Kennedy. Una pista para los publicistas y profesionales de la comunicación del momento, que comenzaron a concienciarse del poder de la imagen en las campañas publicitarias y el potencial de los debates televisados, que se volvieron un rito electoral.
Después de Nixon, no se conoce otro candidato que se negase a ser maquillado.