Los datos no dejan lugar a dudas: el número de personas ejecutadas en Estados Unidos desde 1976 es muy superior cuando el atacante es negro y la víctima blanca que al revés. Pero además, es más fácil que sentencien a muerte si la víctima es blanca que si la víctima es negra. Son datos de la organización Death Penalty Information Center de Estados Unidos.
Así, de los ejecutados por crímenes interraciales en el país desde el año 76, en 257 casos el atacante era negro y la víctima, blanca; y en 19 casos, el atacante era blanco y la víctima negra. Además, en el 82 por ciento de los casos, la raza de la víctima fue determinante para influir en la probabilidad de ser condenado a muerte, y se concluye que aquellos que asesinan a blancos tienen más probabilidades de ser condenados muerte que los que asesinan a negros.
Estas cifras han servido como base para poner de manifiesto lo injustas que son la sentencias a muerte durante el VII Congreso Internacional de Ministros de Justicia que se celebra en Roma. Organizado por la Comunidad católica de Sant» Egidio, el encuentro trata de hacer ver que un mundo sin pena de muerte es un mundo mejor, y además es posible.
En este sentido, Mario Marazziti, portavoz de la Comunidad, comenzó su intervención señalando que «no hay justicia sin vida», y recordando que de las 15.978 sentencias a muerte dictadas en la historia de los Estados Unidos, sólo 30 de ellas eran contra blancos que habían matado a negros; en el resto de los casos, las ejecciones eran de diversas comunidades étnicas que mataban a blancos.