Una periodista en Bombay, una turista estadounidense o una estudiante en un autobús: cualquier mujer puede ser víctima de una agresión en India, por diversión, por venganza o incluso por orden de un tribunal. Las agresiones sexuales a las mujeres en el país asiático son algo que, hasta cierto punto, se veía con relativa normalidad. Hasta que en 2013 el caso de una estudiante dio la vuelta al mundo.
Era 16 de diciembre y una joven de 23 años viajaba con un amigo cuando cinco hombres se subieron al mismo autobús que ellos. Con violencia, lanzaron al joven al fondo del autobús y le golpearon con una barra de acero, la misma que después utilizaron para abusar de la joven. La violaron en varias ocasiones y hasta intentaron atropellarla después de dejarla tirada en la carretera, semidesnuda.
Los médicos que la trataron se asombraron de la violencia del caso: nunca habían visto lesiones tan graves en un contexto como este. La joven falleció en un hospital de Singapur diez días después a causa de las heridas.
Esta fue la agresión que encendió la mecha de la ira. Gracias a las multitudinarias manifestaciones en el país, el Gobierno introdujo nuevas leyes para tipificar como delito el acecho, el ‘voyeurismo’ y el acoso sexual y para poder condenar a muerte a los violadores cuyas víctimas acaben perdiendo la vida. Pero aunque las autoridades indias reaccionaran a este caso, la estudiante nunca tuvo oportunidad de denunciar.
Sin embargo, si hubiera tenido la oportunidad, ¿habría servido de algo? Esta semana se conocía el caso de otra mujer que decidió quitarse la vida ante la humillación que sintió después de que un tribunal condenara a su violador a pedirle disculpas. Residente de Bengala, en el este del país, la mujer había sido víctima de agresión sexual por parte de su vecino, Nabin Mandal, quien entró en su casa, en la que se encontraban sus tres hijos. La sanción que le impuso el tribunal vecinal fue pedirle disculpas “tocándole los pies”. Ni las 25.000 rupias de multa —poco más de 300 euros— fueron suficientes para paliar la humillación que sintió la mujer, que decidió quitarse la vida.
En este caso, la presión de la humillación pudo más que el dolor de la agresión. Y es que en estos casos, India es todo un ‘ejemplo’, en el peor sentido de la palabra, de lo que puede alcanzar un alto nivel de presión social. Este martes, un tribunal de Nueva Delhi declaraba no culpable a un hombre acusado de haber violado a una viuda. Según el tribunal, la víctima había asegurado que el acusado era inocente.
Sin embargo, existen muchas contradicciones en la historia: según la Policía, la mujer fue violada entre agosto de 2012 y diciembre de 2013 y hasta le había hecho fotos obscenas después de haberla dejado inconsciente añadiendo una droga en su té. Según la víctima, no había ocurrido nada ya que conocía al supuesto agresor desde hacía seis años y solía ayudarla económicamente.
¿Confianza en la Policía?
A finales de 2012, una joven de 17 años se suicidaba tras ser presionada por la Policía para que ocultara haber sido violada. Los agresores amenazaron a su familia para que no presentaran cargos y cuando fue a denunciar, la Policía la presionó para que llegara a un acuerdo económico o, en su defecto, se casara con uno de ellos. El agente que la presionó fue despedido, pero la joven no aguantó.
Poco antes de que acabara 2013, el director de la Oficina Central de Investigaciones (CBI), la principal agencia de investigación criminal de la Policía india, decía, literalmente: “Si no podemos evitar las violaciones, disfrutémoslas”. El agente que trató el caso de la estudiante que fue violada en grupo en el autobús también fue investigado por su respuesta.
Presión de la propia familia
Es habitual que en casos de violaciones sea la propia familia la que ejerza presión sobre la agredida para impedir que presente cargos. En un reportaje realizado recientemente por la cadena británica ‘BBC’, se conocía el testimonio de Sarah, una joven de 19 años con nombre ficticio que había sido violada en repetidas ocasiones por su propio padrastro. “Mi familia me pedía que le perdonara. Nunca le perdonaré”, aseguraba. Finalmente, Sarah tuvo que abandonar su hogar para huir de las agresiones.
La activista por los derechos de las mujeres Chuantei Lalchuanliani, experta en este tipo de agresiones, asegura que “en la mayor parte de los casos, los familiares de la violada no tiene en cuenta la opinión de la víctima”.
Es difícil tener en cuenta la opinión de las mujeres indias en un país que cuenta con tan pocas leyes para defenderlas. Y muchos políticos que las critican, como Asha Mirje, política y miembro del Comité del Gobierno para la Mujer, que argumentó que las mujeres son responsables “hasta cierto punto” de ser violadas, haciendo referencia a su “forma de vestir” o a su comportamiento.
En este contexto, los seis puntos que la organización Avaaaz han incluido en su ‘Womanifesto’ para Nueva Delhi, podrían hacer que una sociedad como India abandonara paulatinamente una educación misógina y que las mujeres empezaran a vivir con relativa tranquilidad en su país. Pero para esto, el partido que gane las próximas elecciones deberá implementarlo punto por punto.