El Partido Republicano acaba de tomar el control en el Congreso de Estados Unidos, tras su victoria en las elecciones legislativas del pasado noviembre. Además de arrebatar a los demócratas la mayoría en el Senado, los republicanos amplían la que tienen en la Cámara de Representantes desde las legislativas de 2010.
A diferencia de 2010, cuando muchos candidatos del Tea Party desembarcaron en el Congreso, la mayor parte de las nuevas victorias republicanas corresponden a candidatos respaldados por el establishment de su partido. Esto da esperanzas a los demócratas dispuestos a pactar, pues muchos de esos republicanos tienen fama de pragmáticos.
Es cierto que la nueva mayoría republicana en el Congreso puede dificultar todavía más los debates en que ambos partidos están muy divididos: la reforma migratoria, el control de las armas, la implantación de la reforma sanitaria, el cambio climático o la política exterior.
Pero algunos analistas creen que no sería difícil llegar a acuerdos en una serie de temas en los que republicanos y demócratas ya han empezado a acercar posiciones: la política de vivienda, el comercio exterior, las infraestructuras o la reforma financiera.
Un editorial del Washington Post publicado tras las elecciones aportaba otro argumento a favor de la moderación: con el dominio del Congreso, los republicanos ya no pueden comportarse como un partido en la oposición. Ahora les toca construir y demostrar, de cara a las presidenciales de 2016, que pueden gobernar mejor que los demócratas.