El país más pobre de América y uno de los más desfavorecidos del mundo perece en su propia tragedia, dos años después del suceso que asoló la isla. El 12 de enero de 2010 un terremoto de 7 grados, junto a sus posteriores réplicas, golpeó con brutalidad a Haití y a su maltrecha población, causando la muerte de 316.000 personas, más de 350.000 heridos y un millón y medio de personas sin hogar.
El mundo acudió presto en su socorro a la vista de que lo ocurrido suponía una de las mayores catástrofes de la historia. La ayuda humanitaria aterrizaba en grandes cantidades en el aeropuerto de la capital, Puerto Príncipe, para asistir a un país con una economía de subsistencia y un 80% de la población por debajo del umbral de pobreza.
Sin embargo, el esfuerzo de estos 24 meses parece que no ha obrado ‘el milagro de la reconstrucción’ y las víctimas pierden la esperanza ante la ineficacia de las soluciones. Esta es una de las principales conclusiones del informe »Haití: El lento camino hacia la reconstrucción. Dos años después del terremoto», realizado por Oxfam Internacional, que revela que más de medio millón de haitianos siguen sin tener un hogar.
De ellos, más de un tercio siguen refugiándose todavía bajo lonas o durmiendo en tiendas de campaña en los 758 campamentos levantados a lo largo y ancho del país. La fotografía de Puerto Príncipe no ha cambiado mucho desde el terrible suceso y las condiciones de vida en Haití evidencian las dramáticas consecuencias de lo ocurrido. Los edificios públicos permanecen destruidos y la mayor parte de las redes de alcantarillado y electricidad no se han reparado.
«Esta cifra representa una reducción, pero no significa que las personas tengan mejores condiciones de vida. Para muchas de ellas, la carencia generalizada de servicios básicos, entre ellos sistemas de agua potable y letrinas que funcionen correctamente, representa un gran peligro para su salud, con la amenaza constante de enfermedades transmitidas por el agua, tales como el cólera», resalta el estudio de Oxfam.
Mientras tanto, la haitiana Valérie Loiseau, de 28 años, con su hija Kélida de 3 años entre sus piernas, permanece sentada en un muro a la entrada del terreno donde se han instalado docenas de tiendas de campaña, fabricadas con piezas sueltas de chapa metálica. Parece indiferente a la circulación de vehículos que van y vienen sobre la avenida adyacente. Ella ve que pasan los días sin que se produzca ningún cambio trascendental en su vida.
Desesperanza generalizada
«No tengo ninguna esperanza de cambio, pero en tanto haya agua», dice Valerie antes de reconsiderarlo y asegurar que su única esperanza en estos momentos » es Dios, no los gobernantes del país», acota resignada. Ese sentimiento es generalizado en el campamento donde los propios desplazados se consideran como olvidados, a pesar de la prometedora llegada al poder el año pasado del nuevo presidente, Michel Martelly.
A su vez, unos niños patean una vieja pelota en un parque colindante, otros, más pequeños, descalzos y vestidos a medias, corren entre sucios senderos donde se descargan aguas residuales y basura de todo tipo.
Los jóvenes deambulan entre los escombros ya que el 90% de las escuelas de Puerto Príncipe fueron destruidas por el seísmo, y de las nuevas, solo un 11% dispone de la correspondiente autorización del Ministerio de Educación. Además, la gran mayoría de maestros de primaria apenas ha completado un año de educación secundaria, señalaba al respecto la organización Save the Children, una llamada de atención sobre la precaria situación de la infancia en la isla.
Cerca de ellos, Alfred Louis Edes, alias »El Jefe», se aferra a la vida inclinado sobre su vieja máquina de coser de color blanco y pedaleando durante todo el día. Sonríe siempre a pesar de faltarle los dientes y continúa ofreciendo sus servicios en el parque, donde vive sin saber cuando podrá salir de allí. «¿Salir? Ese no es mi problema», responde secamente, asegurando que se mantiene gracias a su antigua máquina.
Sin agua, ni atención médica, ni empleo, ni educación
Con todo y a pesar de los supuestos avances, como el desalojo de la mitad de los escombros generados por el seísmo o la rehabilitación de más de 430 kilómetros de carreteras, más del 80% de la población no tiene acceso al agua potable ni a un médico, con la amenaza latente del cólera, que se ha cobrado miles de vidas desde el seísmo.
«Aún queda mucho por hacer para asegurar que los haitianos a largo plazo cubran sus necesidades de vivienda, empleo y servicios básicos, tales como educación, agua y sanidad», concluye el informe de Oxfam.
Por si fuera poco, siete de cada diez haitianos está desempleado o subempleado y han sido «escasos los logros» a la hora de reforzar la capacidad del gobierno para tomar, en este sentido, medidas decisivas a largo plazo.
«Puede ser por eso que se olvidan de nosotros, no estamos expuestos como el resto. Nadie viene a vernos, pero sobrevivimos», aseguraba un anciano, que gracias a la ONG Helpage consiguió asistencia y cuidado sanitario para los sexagenarios del campo.
En el segundo aniversario del devastador terremoto, los haitianos esperan ante todo no caer en el olvido. La portavoz de Oxfam sentencia que “a pesar de la aparente lentitud de la reconstrucción, esta es una oportunidad para que la élite política y económica haga frente a la pobreza crónica y la desigualdad que ha asolado al país durante décadas”, afirmó, y de que «Haití vaya hacia delante y no hacia atrás”.
De no ser así, el destino de uno de los rincones más pobres del mundo corre el riesgo de convertirse en lo que el filósofo Jean Baudrillard llamó “un yacimiento catastrófico”.