También en Israel hay muchas personas indignadas con su Gobierno por lo que está ocurriendo en Gaza. No pueden ser, por tanto, antisemitas, sino simplemente judíos que alguna vez creyeron en la posibilidad de compartir Palestina con los árabes que vivían allí antes de que ellos empezaran a llegar a principios del siglo XX y, ya de forma masiva, después del horror del Holocausto durante los años posteriores a la segunda Guerra Mundial.
El asunto no es nuevo. Cada vez que Israel desarrolla una acción bélica contra los palestinos (y van tres contra Hamas en seis años), sean cuales sean los motivos, justificados o no tanto; cuando pasan los días y se producen momentos tan horrorosos como la muerte de inocentes al ser bombardeada una escuela de la ONU en la que se refugiaban; y, sobre todo, cuando el balance de víctimas mortales es tan desequilibrado siempre del mismo lado, hay quien sale a la calle de algunas ciudades europeas para culpar de ello a los judíos, como pueblo y sin diferenciar.
Es el viejo y trasnochado antisemitismo, que conviene desterrar para no confundir. Tanta responsabilidad tiene quien dispara misiles contra ciudades israelíes, Hamás y la Jihad Islámica, como quien ordena actuar de manera desproporcionada a sus soldados sin, aparentemente, importarle la muerte de civiles inocentes y de niños, demasiados niños.
Es un conflicto humano, dice Barenboim
Surgen, por tanto, dosis de antisemitismo que preocupan a los gobiernos, con razón, y que Israel denuncia igualmente cargada de motivos. Por ello es tan importante diferenciar entre la repulsa a la actuación de un gobierno, como el que ahora dirige Netanyahu, con la injusta condena a todo un pueblo en el que también hay quien repudia la barbarie venga de donde venga.
Un buen ejemplo es Daniel Barenboim. El famoso director de orquesta reúne en sí mismo una serie de características que le convierten en alguien a quien debe escucharse en este trágico momento: es un argentino de origen judío, con pasaporte palestino y que dirige la Ópera de Berlín, ciudad en la que el conflicto de Gaza ha desatado una oleada de antisemitismo.
Barenboim afirma en un diario de esa ciudad que la lucha entre israelíes y palestinos “no es un conflicto político sino uno humano entre dos pueblos que comparten la profunda y aparentemente incompatible creencia de que tienen un derecho sobre el mismos pequeño pedazo de tierra”.
La solución no es militar, añade el músico, y ha llegado el momento de encontrar una verdadera solución al problema.
La única solución, el diálogo
Ojalá fuera así de fácil. El secretario de Estado norteamericano ha invertido en el último año tantos esfuerzos y viajes a la zona, con resultado negativo, que la impresión que se saca es que se trata de un conflicto irresoluble.
Lo peor no es que la violencia desatada en Gaza produzca brotes de antisemitismo, al fin y al cabo es difícil que vuelva a gobernar algún Hitler. Lo más grave es que se profundiza la brecha entre ambos pueblos y se extiende, como está ocurriendo últimamente en Cisjordania, a los palestinos moderados que callaban a la espera de una solución que parecía estar cerca.
Espero que no se entienda como antisemitismo afirmar que Israel tiene mucha culpa de lo ocurrido por mantener a cerca de dos millones de palestinos en una gran prisión al aire libre, Gaza, sin esperanza y sin futuro. Da la impresión también de que al gobierno israelí no le interesaba que los palestinos de Hamas formaran un gobierno de unidad con los moderados de la Autoridad Palestina y por eso ha utilizado como excusa el asesinato de tres jóvenes israelíes.
El resto, por supuesto, lo han puesto los islamistas radicales de Hamas, con su intransigencia al no querer reconocer el derecho a la existencia de Israel y con misiles cada vez más sofisticados y dañinos.
A la Administración de Obama hay que reconocerle su intención de romper el círculo vicioso generando un halo de esperanza. Pero ahora, por desgracia, las aguas han vuelto a su viejo cauce. La violencia ha hecho que los ciudadanos norteamericanos se pongan del lado de Israel y los europeos del palestino, con riesgo de ser tildados de antisemitas. Así no hay manera de avanzar.