El primer ministro inamovible de Luxemburgo desde hace más de 18 años, Jean-Claude Juncker, que dimitió el 10 de julio tras perder el apoyo de sus aliados socialistas por un escándalo relacionado con los servicios secretos de su país, es el decano de los dirigentes de la Unión Europea (UE) y el último dinosaurio de la construcción europea.
A sus 58 años, Juncker ostenta el récord de longevidad al frente de un gobierno europeo. Fue designado primer ministro en enero de 1995, cuando François Mitterrand y Helmut Kohl aún estaban en el poder. En las elecciones que se celebran hoy puede batir todos los récords. Si los luxemburgueses le otorgan la confianza, aunque tenga que ser con pactos, podría estar en el cargo hasta 2018, con 63 años y tras 23 en el poder.
Acusa ahora el desgaste del poder y tiene enfrente a un electorado deseoso de ver nuevas caras, en un contexto económico que se anuncia menos lustroso los próximos años. El CSV ha perdido tres de los 26 escaños que tenía en la cámara saliente, aunque es la primera fuerza política del país.
Por lo tanto, ha vivido la profunda transformación de la Unión Europea, el fracaso del tratado constitucional en 2005, la entrada en vigor del tratado de Lisboa cuatro años más tarde, la crisis de la deuda y el rescate del euro, una tarea a la que se consagró con entusiasmo durante ocho años.
Algunos le reprochan que descuidó el Gran Ducado para dedicarse a Europa, que hizo gala de negligencia culpable respecto a las derivas de su servicio de información. Sin embargo, Jean-Claude Juncker, miembro del gobierno durante 30 años (fue también ministro de finanzas y de Trabajo), es la figura emblemática de la política de Luxemburgo, donde sigue siendo popular a pesar del escándalo. Por eso decidió volver a presentarse a las elecciones que se han celebrado hoy.
«Repasando los últimos treinta años, yo diría que los diez primeros hubiera debido ser más indulgente con los demás. Y los tres últimos hubiera debido serlo menos», admitió recientemente.
Proeuropeo convencido, se ha considerado siempre una encrucijada franco-alemana. «Cuando quiero hablar en francés, pienso en alemán; cuando quiero hablar alemán, pienso en francés, y al final resulto incomprensible en todas las lenguas», dijo un día con su humor legendario.
Esta proximidad con sus grandes vecinos no le impide criticarlos, como cuando consideraba que «la orquesta franco-alemana nunca tiene una calidad que impresione a los melómanos políticos».
Dirigente de uno de los países más pequeños de la UE, Juncker nunca dudó en levantar la voz contra los capitales, sobre todo para rechazar eventuales imposiciones franco-alemanas. Tiene «dos defectos catastróficos: tiene una opinión y la expresa», dijo de él un responsable europeo.
Su franqueza a la hora de expresarse le costó quizás el cargo de presidente del Consejo Europeo con el que soñaba en 2009. Achacó esta derrota a una oposición a la vez del entonces presidente Nicolas Sarkozy, que no lo apreciaba, y de la canciller Angela Merkel.
Su viático fue siempre la promoción de la construcción europea, con una visión federalista que le hizo merecedor en 2006 del prestigioso premio Carlomagno de la unificación europea.
En todo supo compaginar su idealismo con un sólido sentido de las realidades, sobre todo al servicio de los intereses de su país, del que defendió largo tiempo el secreto bancario. «Para mí, Europa es una mezcla de acciones concretas que realizar y convicciones fuertes, casi fervientes», confiaba recientemente a la televisión alemana. «Pero las convicciones fuertes no aportan nada sin pragmatismo».
Jean-Claude Juncker, nacido el 9 de diciembre de 1954, niño de la posguerra, con un padre enrolado a la fuerza en la Wehrmacht, consideró siempre ligados íntimamente los intereses de su país a la causa de Europa.
Su padre ha «tenido un papel importante» en su vida también como sindicalista y obrero metalúrgico. Una herencia que hizo de este inveterado fumador, amante del coñac, un hombre de perfil político atípico: pilar del Partido Cristiano Social luxemburgués, de derechas, no disimula la desconfianza que le inspira el liberalismo puro y duro.
Recientemente, destacaba la necesidad de dar más importancia a la dimensión social, el «niño pobre de la Unión económica y monetaria».
«Juncker es el cristiano-demócrata más socialista que existe», resume Daniel Cohn-Bendit, el líder de los ecologistas en el Parlamento Europeo. Aparte de una breve interrupción a principio de los años 2000, siempre gobernó en Luxemburgo con los socialistas.
El país sigue siendo uno de los más ricos del mundo, aunque el desempleo ha subido a cerca del 7% y el endeudamiento se ha triplicado en 15 años.
El primer ministro saliente incide en que el momento es delicado para Luxemburgo, que en 2015 perderá el secreto bancario y deberá buscar un nuevo modelo económico para seguir siendo un centro financiero atractivo a nivel mundial.
El país es un polo bancario europeo e internacional, con lo que forjó su prosperidad económica. Los servicios financieros son una de sus principales actividades. Es la 13ª plaza financiera mundial y el segundo centro internacional de fondos de inversión detrás de Estados Unidos.
El Gran Ducado de Luxemburgo es uno de los más pequeños países de la Unión Europea y uno de los más ricos del mundo. Tiene 537.000 habitantes, el 44,5% de los cuales son extranjeros, y un Producto Interior Bruto (PIB) per cápita de 65.190 dólares, según el Banco Mundial.