En Siria hay escuelas que se han convertido en centros de tortura, donde los niños son colgados por las muñecas, pasan días sin comer y reciben palizas. Testimonios de la crudeza, del horror, imposibles para niños de 11, 12, 13 años… que han visto la muerte y se han medido con ella. La organización Save The Children recoge en un informe historias de menores que viven ahora refugiados con sus familias, pero que han sufrido torturas en una guerra que ha dejado 93.000 muertos.
Las historias son de niños que fueron testigos de asesinatos y atrocidades, o que vivieron torturas y que ahora padecen un trauma ineludible. «He visto con mis propios ojos escudos humanos», cuenta Hassan, de 14 años, que se quedó sin casa y vive en un campo de refugiados. En su retina está marcado el auxilio de cientos de niños como él. «Los perros se comían los cuerpos dos días después de la masacre».
«Me cogieron por las muñecas y me colgaron. Después, me golpearon», cuenta Khalid, de 14 años, que muestra las marcas de las cuerdas en sus muñecas. Cuenta que estaba aterrorizado en su propia escuela, donde cien niños como él se convirtieron en el blanco de las torturas de hombres armados.
Mohamad asegura que los que matan utilizan «diferentes formas» para cometer el crimen, como artillería pesada, descargas eléctricas o golpeando con trozos de cemento la cabeza de los rehenes.
Hay adolescentes como Moussa, de 15 años, que durante un tiempo fue torturada: «Me daban palizas cada día y usaban electricidad también».
El joven Mohammad, de 17 años, ha visto a criminales arrancando las uñas de pequeños de seis años. También, padres y niños han visto a chicos en tanques preparados para el combate.
Nidal, de 6 años, ha sido perseguido, le han disparado y ha visto cómo unos hombres se llevaban a su padre de casa para matarlo en la calle. Ahora necesita mucha ayuda de médicos y personal humanitario «¿Qué recuerdo? Bombardeos. Casas y árboles cayendo. Recuerdo estar jugando con mi ordenador. Jugar y explosiones. […] Estaba aterrado. Me asusté cuando vi el fuego».
A Nidal le persiguieron unos hombres armados. Le disparon y una de las balas alcanzó su zapato. Pero él siguió corriendo, junto con su amigo. Un hombre les ayudó a pasar hacia otro muro. A su amigo le dio una bala. No sabe qué le pasó.
Ibrahim, de 9 años, quiere volver a su país para cumplir una promesa: «Iré a las tumbas de mi mamá y mis dos hermanos y les diré lo mucho que les echo de menos».