“Lo he logrado, lo he conseguido”, estas fueron las palabras más repetidas por la joven Wegasi Nebiat. Quizás su nombre no le suene de nada, pero la imagen de su rostro dio la vuelta al mundo al protagonizar una de las fotografías del drama del Mediterráneo. Wegasi viajaba en la embarcación de madera que encalló el pasado lunes en la isla griega de Rodas, ahora esta eritrea, de 24 años, viaja a Grecia tras recuperarse de una neumonía por la que ha estado ingresada tres días en un hospital.
“Estoy tan contenta. No estoy segura de qué haré ahora, espero viajar a través de Europa”, cuenta al diario británico The Daily Mail. Su periplo hacia el viejo continente arrancó hace mes desde Eritrea, uno de los países más opacos de África.Su familia pagó más de 10.000 dólares para darle la oportunidad de empezar una nueva vida en Europa, concretamente en Suecia, fuera de la miseria y faltas de oportunidades de la inhóspita Eritrea. El mediterráneo es la última fase de un viaje infernal que en ocasiones puede prolongarse hasta un año.
Desde Amsara a Estambul
El viaje de Wegasi empezó en Amsara, la capital de Eritrea donde vivía con sus padres y un su hermano pequeños. Allí se subió en un autobús hasta la pequeña localidad de Teseney y desde ahí continuó andando 70 kilómetros hasta la frontera con Sudán
Al llegar a Sudán, los traficantes le subieron en coche con destino a Jartum, la capital de Sudán. Allí, con un pasaporte falso, pudo subirse en un avión con destino a Estambul. En Turquía, empezaría otro viaje por las costas hasta llegar a Marmaris, una importante ciudad ubicada en el sudoeste del país. En Turquía se subió en la barcaza de madera que encalló en la isla griega de Rodas. “No me acuerdo de lo que pasó. Estaba en el agua y tenía miedo. Después estaba aquí, en el hospital”, señala en el diario británico.
¿Cómo terminó esta joven en una barcaza con cien inmigrantes? Durante su estancia en la ciudad turca de Marmaris conoció a un grupo de inmigrantes procedentes de Siria y África. El domingo por la mañana, les llevaron a una playa aislada. Desde allí, salió la barcaza, con una capacidad para 30 personas pero cargada con más de cien personas. “Al poco tiempo de zarpar, mucha gente empezó a caer al mar”, explica.
“Nunca antes había pasado tanto miedo”; señala Aziza Teckle, otra joven que se subió al barco de la muerte. Tras seis horas de viaje a bordo de una barcaza repleta de seres humanos, el fuerte oleaje precipitó que el barco se rompiese en trozos y la cien almas a bordo cayesen al agua. Aterrorizados, cansados, sin saber apenas nadar, todos agotaron sus fuerzas y esperaron la ayuda desinteresada de los residentes griegos, que les salvaron la vida.