Carlo Giuliani murió el 20 de julio de 2001. En medio de una batalla campal entre manifestantes antiglobalización y carabineros que protegían la cumbre del G8 en Génova (Italia), el joven activista de 23 años recibió un disparo de la policía mientras atacaba uno de los vehículos con un extintor. El coche instantes después le pasaría por encima.
La muerte de Giuliani, desde entonces mártir del movimiento anti-globalización, fue el momento álgido de una oleada de protestas contra el capitalismo mundial y sus máximos representantes: el Banco Mundial, el FMI, el propio G8 o las grandes corporaciones.
Una marea que había comenzado a mediados de los años noventa, liderada por una amalgama de activistas y ONGs: el subcomandante Marcos en Chiapas (México); el sindicalista agrario francés José Bové; el intelectual estadounidense Noam Chomsky; o la organización para implantar un impuesto a las transacciones financieras internacional ATTAC, entre otros.
Pero entonces llegaron los ataques de Al Qaeda contra Estados unidos del 11 de septiembre de 2001, y el movimiento antiglobalización dejó paso a la globalización del terror y de la guerra.
Brexit, el mayor movimiento telúrico
Quince años después de todo aquello, y tras vivir la peor recesión global desde la Gran Depresión, los británicos han votado a favor de la salida de la Unión Europea. El primer gran movimiento telúrico en la globalización ha llegado, así, por sorpresa, y no desde los grupos altermundistas, sino del mismo Downing Street. Theresa May, la primera ministra, ha dejado claro que “Brexit significa Brexit”, y que su país va a cortar los lazos con Bruselas.
Entre sus razones, los votantes “secesionistas” alegaban que les habían robado la democracia, que las decisiones siempre residían en algún otro lugar.
Con la prevista salida se va a confirmar el giro de la isla hacia la desglobalización: la reconcentración del poder en las instituciones nacionales contra las supranacionales; el levantamiento de barreras a los flujos de personas, mercancías y capitales.
Es un movimiento en su fase inicial, pero con claros exponentes más allá del Brexit.
¿Qué tienen en común, por ejemplo, el Frente Nacional de Marine LePen en Francia y el Syriza de Alexis Tsipras en Grecia? Que ambos se oponen a los designios del Banco Central europeo y de Bruselas, y a las ataduras de una moneda común. Hasta el punto de que Le Pen llegó a felicitar públicamente a Tsipras por su resistencia.
Freno a la liberalización del comercio
El presidente francés, François Hollande, ha pedido un final “puro, simple y definitivo” a las negociaciones del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, el llamado TTIP. El ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel, dio también por fracasadas “de facto” las discusiones sobre el acuerdo, aunque la canciller Angela Merkel matizó después que aún tenía esperanzas de que pudieran ser retomadas.
Así han terminado tres años y 15 rondas de negociaciones entre Europa y Estados Unidos, que concentran el 60% del comercio mundial. Otro enorme golpe a la liberalización de los mercados globales.
Donald Trump, o la autarquía
El mayor golpe desglobalizador está gestándose, y podría no ocurrir. Se trata de la victoria de Donald Trump en las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos.
El candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump ha trufado su discurso económico de medidas proteccionistas, de cierre de fronteras a la inmigración y de levantamiento de muros.
Ha mencionado varias veces en sus discursos la planta de Carrier, en Indianapolis, que ha anunciado que llevará sus fábricas a México para reducir costes en tres años. Y ha amenazado, incluso, con poner fin al acuerdo NAFTA de libre comercio entre Canadá, México y Estados Unidos, los llamados “tres amigos”, si no consigue “mejores condiciones para los trabajadores estadounidenses”. Porque, según él, “México actúa de forma injusta al vender sus propios productos, y al tiempo que ha eliminado los aranceles para ser miembro del NAFTA, ha creado un IVA a las importaciones para seguir siendo competitivo”.
Trump ha perfilado un paralelismo entre Estados Unidos y Reino Unido: el país norteamericano tiene que “independizarse” de otros países económicamente tal y como planea Reino Unido con el Brexit, ha dicho. Y ha conseguido calar, así, entre los trabajadores blancos que forman una de las dos patas del Partido Republicano (la otra es la élite económica, opuesta a estos movimientos).
Si gana el martes que viene y se convierte en presidente de la primera potencia mundial, el más que probable hundimiento de las bolsas globales estará descontando el penúltimo y más duro golpe a la globalización. El giro más brusco hacia la desglobalización.