El conflicto de Irak no ha sido consecuencia única de los errores de un solo bando. Estados Unidos invadió un país para intervenir en una guerra que no era suya en 2003, y en 2011 abandonó un conflicto que creyó acabado, pero Bagdad también debe entonar el mea culpa y admitir que el nuevo conflicto tiene, en gran parte, una marca del gobierno de Nuri al Maliki.
La escalada de violencia por parte del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), la facción de Al Qaeda que intenta tomar el control de gran parte del país —y del país vecino, Siria, donde lucha en el bando rebelde para derrocar al régimen de Bashar al Assad— podía haberse previsto, ciertamente, y el primer ministro, Nuri al Maliki, podría haber reaccionado antes, podría haber pensado que su modo de gobierno podría desencadenar en un conflicto posterior. No obstante, una vez hecho el daño, Al Maliki también ha tenido cierto margen de maniobra que no ha sabido aprovechar.
El primer error de Al Maliki fue presentarse a sí mismo como un hombre que intentó mantener unidos a los iraquíes. La realidad lejos está de reflejar un país plural e inclusivo donde los diferentes colectivos minoritarios hayan visto el apoyo de su Gobierno. Al Maliki no supo acercarse a las comunidades suníes ni a las del Kurdistán iraquí.
No sólo no supo acercarse sino que además, dejó claro que en su gabinete, no tenían nada que hacer: los chiíes serían quienes mandarían en el país. Los conflictos con los suníes no son, ni de lejos, de extrañar dado el carácter autoritario que se le ha atribuido al primer ministro por parte de quienes no forman parte de su Gobierno.
Aunque la politización dentro del gabinete es más habitual —aunque no excusable, dado que el compromiso de Irak era, precisamente, con un Gobierno plural—, otro de los errores del »premier» fue el proceso de chiización que vivió el Ejército.
Durante más de cinco años, Al Maliki y sus ministros han convertido las Fuerzas Armadas en un Ejército puramente suní, pensando en la seguridad de Bagdad y de su régimen más que en la seguridad del propio país. Así, ha ido reemplazando efectivos suníes y kurdos para convertir a su Ejército en una fuerza única y exclusivamente suní y así, aliviar sus temores irracionales de sufrir un golpe militar. Razón por la cual se puede comprender el descontento de la comunidad suní.
Ahora, una vez hecho el daño y viendo cómo el ISIS avanza irrefrenablemente hacia la capital, su principal error ha sido no reaccionar y preocuparse, una vez más, por sus Fuerzas Armadas en lugar de por la seguridad de su país. Su principal medida ha sido comenzar un proceso de reclutamiento de soldados para remplazar a los caídos en manos de los yihadistas y a los que desertaron frente a la llegada de éstos, en lugar de preocuparse por unir al colectivo chií, al suní y al kurdo por una causa común, la de acabar con el ISIS.
En este contexto, la única solución que podría salvar a Irak de una nueva guerra —si se puede decir que ahora ya no están en guerra— y la única esperanza de acabar con esta crisis es, en opinión de »The Washington Post», dar la vuelta a la tortilla y presentar un gobierno más inclusivo, donde suníes y kurdos tengan cabida.
La insistencia del Gobierno de Al Maliki en mantener los privilegios y una predominancia chií, acompañada de la represión a los suníes, ha creado el perfecto caldo de cultivo para el nacimiento (¡y la expansión!) del ISIS. Ningún poder militar, ni siquiera el de Estados Unidos, podría compensar una gobernanza tan mala como la de Al Maliki que, unido a la debilidad de las instituciones, han permitido que el país se vea ahora atacado por la amenaza del ISIS.