Una estudiante de 19 años, Sidney Corcoran, que se acercó con sus padres para alentar a un tía que corría, también se refirió al miedo, la humareda que hacía imposible saber dónde estaba uno, la conmoción.
«Tenía la impresión de que todo el mundo a mi alrededor había desaparecido. No me di cuenta que estaba herida, quise empezar a caminar pero rengueaba. Lo siguiente que recuerdo es estar acostada de espaldas con dos hombres que intentaban hacer un torniquete en mi pierna», indicó.
«Uno pegó su frente contra la mía y me dijo que iba a salir adelante, que resistiese. Otro me dijo que era necesario que sujetase su camisa lo más fuerte posible, que veía como mi rostro empalidecía y mi cuerpo estaba cada vez más frío. Sabía que me estaba muriendo. Y me acuerdo haber tenido momentos de pánico mirando el caos a mi alrededor», explicó.
«No tenía ni idea de lo que había pasado. Era irreal. Dos segundos antes era feliz y ahora estaba en una camilla siendo transportada a una tienda de campaña de primeros auxilios», con la arteria femoral cortada.
Al despertarse le informaron de que su madre le apuntaron dos piernas
Al despertarse en el hospital, entubada y sin poder hablar, Sidney pidió por escrito a su hermano noticias sobre su madre. Allí se enteró que había sobrevivido pero que debió ser amputada de sus dos piernas.
La defensa del único acusado de los atentados admitió el miércoles ante el jurado que su cliente cometió los sangrientos ataques.
«Fue él», dijo la abogada Judy Clark al lado de Djokhar Tsarnaev, un joven de 21 años musulmán de origen checheno que podría ser condenado a la pena capital si es declarado culpable del peor atentado cometido en suelo estadounidense desde los ataques del 11 de septiembre de 2001.