Un ejército de enterradores recorre las calles de la muerte. Todos los días, una hora después de amanecer, un »batallón» de trabajadores parte a las 7.30h en punto para recorrer las calles de Freetown, capital de Sierra Leona.
Su objetivo: recoger todos los cuerpos de muertos por ébola en las calles de la capital sierraleonense lo antes posible. Su fúnebre rastro lo deja el resonar de las sirenas de las ambulancias, que avisa de su llegada por las diferentes calles y callejones de la ciudad.
Como informa Anthony Loyd para The Times, las llamadas que llegan al British Council, sede central de este equipo de recogida de cadáveres, son monótonas y trágicas: un cuerpo en una calle, noticias de dos niños vistos junto a cuatro cadáveres, unos vecinos que han dejado de hacer ruido…
La recogida de cadáveres de muertos por ébola, especialmente contagiosos tras su muerte, se ha convertido en el pilar central de la respuesta de Sierra Leona ante el mortal brote de ébola. Sierra Leona está en guerra de nuevo. Pero a 33 días de la fecha límite declarada por la OMS para frenar el actual brote de ébola en los países afectados, parece que estos están perdiendo la batalla contra el mortal virus, pese a las cuarentenas, toques de queda, cierres de colegios, discotecas y prohibición de partidos de fútbol.
«Puede que sea una crisis humanitaria, pero nuestra forma de afrontarlo es de combate», asegura el Coronel AO Kamara, el oficial encargado de dirigir el centro de operaciones de comando y control para los enterramientos, «estamos luchando contra un enemigo conocido, pero es un enemigo biológico, invisible«. En las calles de Freetown, las calles son un campo de batalla, con frentes, muertos y una lucha por la superioridad logística.
«Dejé de contar cuantos cuerpos había enterrado después de los primeros 18», explica una mujer, miembro de un grupo de recogida de cadáveres. «Ayer tuve que hacer frente a un mujer embarazada y el cuerpo de un hombre que sangraba de todos los orificios. No me preguntes por los sueños que tengo«. Aun así, no faltan voluntarios: muchos quieren servir a un país en crisis, otros se ven atraidos por el salario mensual de 500.000 leones, unos 128,5 dólares.
Los recursos son mínimos. Mientras que cuando se detectó la infección de Eric Thomas Duncan las autoridades sanitarias de EEUU rápidamente encontraron a todos los que habían tenido contacto con él, en Liberia esto no es posible.
Como cuenta Kevin Sieff en el Washington Post, en los barrios de chabolas de Liberia se comparte todo: colchones, comida, baños, el cuidado de los enfermos. No hay control y rápidamente, la enfermedad que mata a uno mata a los que están a su alrededor, expuestos a sus fluidos y al mortal virus.