El Reino Unido, que votará en referéndum si sigue en la Unión Europea en caso de que los conservadores ganen las elecciones del 7 de mayo, presenta un euroescepticismo particularmente virulento, por razones históricas, identitarias, políticas y cíclicas.
El «euroescepticismo», un término acuñado en la década de los 1980 por el venerable The Times, existe en otros países europeos. Pero «parece ser mucho más visceral, instintivo y emocional» en el Reino Unido, observa Daddow Oliver, profesor de la Universidad de Chichester.
Este sentimiento tiene sus raíces en la historia de las islas británicas, durante mucho tiempo abiertas a un mundo que llegaron a gobernar, pero siempre considerando a Europa como «el otro». «La Unión Europea se considera incompatible con lo británico, con razón o sin», explica Daddow.
Con una Cámara de los Comunes que presume de ser la «madre de los parlamentos» y su victoria en la Segunda Guerra Mundial sin llegar a ser invadido, el Reino Unido cultiva un verdadero orgullo de su sistema político.
De ahí la dificultad para aceptar la creciente dimensión política de la UE. El primer ministro conservador, David Cameron, resumió recientemente los pensamientos de muchos de sus conciudadanos al decir que la UE estaba tratando de «adquirir demasiado poder».
Muchos británicos tienen la sensación de que les han vendido un mal producto, tras haber aprobado con 64,5% de los votos el ingreso en el mercado común europeo en 1975, durante el último referéndum (y único) sobre Europa.
«El Reino Unido considera que su adhesión a la UE es una forma de alcanzar una meta, y esa meta es la prosperidad económica, no la integración política», dice Tim Oliver, investigador de la London School of Economics (LSE).
Londres, que luchó durante casi 15 años para integrar el mercado común, superando dos vetos del general De Gaulle, luego multiplicó las exenciones en temas tales como la libre circulación de personas o el euro. Antes de empezar a cuestionar las ventajas económicas de la UE a raíz de la crisis financiera.
«La crisis en la Eurozona hace que asocien Europa a altas tasas de desempleo, a partidos populistas desagradables, fracasos económicos y falta de liderazgo», considera Charles Grant, director del Centro para la Reforma Europea (CER).
Resuena más que nunca la famosa opinión de la que fue primera ministra Margaret Thatcher, que solía afirmar que todos los problemas vienen de Europa y las soluciones del mundo anglosajón.
Europa también está asociada con la inmigración, «el tema más importante de la política británica ahora», dice Grant.
El partido antieuropeo UKIP, ganador de las elecciones europeas de 2014, «ha vinculado Unión Europea e inmigración de una forma muy inteligente para que los votantes ahora asocien los dos temas, aunque en realidad hay más inmigrantes no europeos que europeos», explica.
La prensa británica, en gran medida euroescéptica e incluso antieuropea, no se avergüenza de cultivar ciertos estereotipos.
«Los medios de comunicación transmiten las ideas de la derecha conservadora y se apoyan en imágenes del Imperio, de la grandeza de Gran Bretaña y de la guerra», explica Daddow.
«La percepción británica es que la UE está dirigida por los alemanes y los franceses, a su favor y en contra de nuestros intereses. A veces es verdad, pero a menudo es falso», sostiene Grant.
Existe un amplio acuerdo sobre la necesidad de permanecer en una Unión Europea «reformada». Pero quienes más lo defienden son el líder de la oposición y de los laboristas, Ed Miliband, y el de los demoliberales, Nick Clegg.
Para el partido conservador, este tema sigue siendo venenoso: el euroescepticismo, que era prerrogativa de los laboristas en los años 1960 y 1970, es ahora la manzana de la discordia entre los «tories».
«La relación con Europa ha envenenado la política británica durante demasiado tiempo (…) y casi ha destruido el Partido Conservador. Es hora de resolver el asunto», afirmó el ex primer ministro John Major en 2013.
En febrero, una encuesta de YouGov mostró que el 45% de los encuestados optaría por permanecer en la UE, frente al 35% a favor de irse.
«El problema con el referéndum es que los argumentos a favor son complicados, requieren cifras y raciocinio, y los argumentos en contra son simples, emotivos y románticos: ¿quiere ser gobernado por extranjeros o no?», resumió Grant.