Érase una vez un país en pleno auge económico. La corrupción campaba a sus anchas. Los partidos se financiaban irregularmente. Los empresarios pagaban a los políticos suculentas comisiones por obtener licencias. Llegó la crisis económica. Detuvieron a uno de los corruptos. El partido político al que pertenecía dijo que era un caso aislado. Él, abandonado por su partido y en la cárcel, decidió tirar de la manta. Unos años después empezarían a caer, uno tras otro, centenares de empresarios y políticos. Un auténtico terremoto nacional aniquiló a los partidos tradicionales. Surgieron otros nuevos.
Ese país es la Italia de la década de los ochenta y principios de los noventa, la del escándalo Tangentopoli (por soborno, ‘tangente’ en italiano): entre 1992 y 1994, el fiscal Antonio Di Pietro lanzó un proceso judicial, Manos Limpias, que terminó con 1.233 personas condenadas. El ex primer ministro italiano, Bettino Craxi, tuvo que huir a Túnez, con decenas de casos abiertos a sus espaldas. Allí moriría años después.
Ese país bien podría ser, también, la España de hoy.
Tirando billetes por el retrete
Todo comenzó cuando cazaron a un político socialista, Mario Chiesa, tirando billetes procedentes un soborno por el retrete. Estaban marcados, y él bajo la lupa de la policía. Bettino Craxi y el Partido Socialista de Italia se desvincularon inmediatamente y negaron que su partido tuviera nada que ver con la corrupción. Se trataba, decían, de un caso aislado. En la cárcel, Chiesa se da cuenta de que le han usado como “chivo expiatorio” y empieza a dar nombres y detalles de una extensa trama de cohechos, prebendas y sobornos.
Chiesa sería, así, el equivalente a Luis Bárcenas, según explica a TeInteresa.es Pablo Martín De Santa Olalla, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid y autor de varios libros sobre Italia.
Las declaraciones de Chiesa (o de Bárcenas o Correa) nutren de información a los fiscales y los jueces anticorrupción (que hoy serían Eloy Velasco, Fernando Andreu o Santiago Pedraz). Caen empresarios y políticos de alto nivel. El escándalo, primero circunscrito a Milán, se va extendiendo a otras zonas del país (como en el caso Púnica, primero en Madrid, luego en casi toda España).
Varios de esos políticos italianos, que pertenecían tanto al Partido Socialista Italiano de Craxi como a la Democracia Cristiana, cantan, a su vez, y por lo mismo que Chiesa: sienten que su partido les ha dejado tirados.
Estas confesiones llevaron ante la justicia a los peces gordos de la escena política y del mundo empresarial. El balance final de la operación »Manos Limpias» fue de 1.233 condenas y 429 absoluciones. Sergio Moroni, diputado socialista, se suicidó dejando un documento en el que admitía su culpa. Entre el 92 y el 94, se contabilizaron casi una treintena de suicidos relacionados con el escándalo.
Craxi, a la fuga
Craxi se va de vacaciones a Túnez. A pesar de que tenía decenas de casos abiertos, le dejan salir, presuntamente para evitar males mayores, otras confesiones que pudieran afectar a aún más políticos. Nunca regresa.
“Con Manos Limpias y Tangentopoli, el sistema político que existía hasta entonces en Italia se va a garete y todo cambia”, explica Santa Olalla. “Desaparecieron los partidos que habían controlado el sistema: la Democracia Cristiana, que gobernó de 1945 a 1980, el partido de Giulio Andreotti; y el PSI, que tuvo a Craxi de primer ministro desde 1983 a 1987”.
En sustitución, emergen nuevos partidos que darán lugar a las formaciones que dominarán la política italiana en las décadas siguientes. En el centro derecha, la Forza Italia de Silvio Berlusconi, también imputado en el caso Manos Limpias. A su derecha, la Alianza Nacional de Fini o la Liga Norte de Bossi. A su izquierda, El Olivo y luego La Margarita de Romano Prodi.