«No puedo describir lo contento que me puse cuando oí la noticia de que Suu Kyi iba a visitarnos», dice U Kyaw Win Sein. El organizador de campañas políticas y natural de Wah Thi Ka, un pequeño pueblo en Birmania, asegura que en aquella localidad «algunas personas» dicen que ver una vez a Suu Kyi es su mayor deseo. Si pudieran verla una vez podrían «morir en paz».
Desde que San Suu Kyi fue liberada del arresto domiciliario en 2010 en el que llevaba 20 años, ha seguido gozando de su imagen heroica entre la población. El año de su liberación prometió que se presentaría a las elecciones y a pocos meses de éstas, que se celebran en abril, Suu Kyi tiene que enfrentarse a la realidad de las elecciones. Tiene que transformarse de la disidente política antisistema que ha sido 20 años a política y gobernadora en su lucha por un hueco en el parlamento birmano.
Según informa el periódico británico International Herald Tribune, su actual campo de batalla es el pueblo de Wah Thi Ka. Es sin duda una batalla difícil hacer campaña en esta localidad polvorienta, sin electricidad ni agua corriente. Nadie tiene acceso a internet y muchas veces las personas se mueren de camino al hospital por el lamentable estado de las carreteras. Una situación similar en demasiadas zonas del país.
Los birmanos empiezan a exigirle respuestas
Pero los birmanos están seguros de que si alguien puede cambiar la situación del país, esa es Suu Kyi, su esperanza, su »madre del sol», su héroe. Ese es el ambiente que habitualmente rodea a Suu Kyi, quien todavía goza de una alta popularidad. Durante sus viajes de campaña para su partido, la Liga Nacional para la Democracia, los ciudadanos de los pueblos que visita bloquean las calles, se pegan por un sitio entre la masa para ver a Kyi saludar desde el coche.
No obstante, Suu Kyi tiene que tener cuidado. A largo tiempo, no podrá seguir beneficiándose de aquel prestigio que tantas luchas le costó. Con cada vez más frecuencua, los ciudadanos le preguntan por soluciones para Myanmar.
Es sin duda una intelectual consumada que estuvo muchos años viajando por todo el mundo y ganándose el respeto y cariño de sus paisanos. Siempre subrayó las dificultades de Birmania y su deseo de volver a su país para involucrarse en la política de su país. Ahora, si gana las elecciones, tendría su prueba. Suu Kyi se juega la credibilidad, su capacidad para efectivamente sacar al país de la miseria.
«Hay un elemento de riesgo para ella», dice el historiador y escritor U Thant Myint-u. «Una vez que gane, y casi todo el mundo asume que ganará, las cosas serán muy diferentes. Tendrá que encararse con un abanico de asuntos, desde las políticas fiscales del gobierno a la seguridad social o dar respuesta a la constitución de la electricidad, teléfonos más baratos y más empleo».
Nadie duda de la valentía de Suu Kyi. Los birmanos han sufrido con ella su pasado y los duros conflictos a los que ella decidió enfrentarse durante su juventud. Desafió a la junta militar de su país a quien acusa de asesinar a su padre, Gen. Él mismo fundó el ejército de Myanmar e iba a dirigirlo si no le hubiesen matado seis meses antes. Suu Kyi tenía 2 años en aquel año de 1947.
Suu Kyi se casaó con un británico y se trasladó a Inglaterra. Pero no aguantó mucho tiempo ahí y acudió a Birmania para lograr una carrera política en su país con la que quería establecer la Democracia. Sus dos hijos se quedaron en Reino unido y su marido, que era británico, murió allí de cáncer mientras ella luchaba contra el poder militar.
No todos los disidentes que vuelven a su país triunfan
De ser heroína a villana. Ese es el camino que podría esperarle a Suu Kyi al tener que demostrar que también puede gobernar y aportar soluciones reales. La historia está llena de disidentes que volvieron a sus países para desarrollar lo que el régimen que les ahuyentó no les dejó llevar a cabo.
Un caso paradigmático es el del checo y recientemente fallecido Vaclav Havel quien fue elegido dos veces presidente en su país después de que se opusiera al poder comunista y participara como activista en la revolución de 1968 que terminó con aquel régimen.
Lech Walesa tuvo menos suerte cuando volvió a su Polonia natal. Antes de caer en una depresión, el político fundó el partido »Movimiento solidario» con la intención de establecer un post-comunismo más humano y llegó a gobernar Polonia de 1990 a 1995. En la votación de la segunda legislatura fue derrotado y, desde entonces, aunque entre los intelectuales sigue estando muy reconocido, ya no influye en absoluto en el proceso democrático de su país.
La edad, otro reto para Suu Kyi
Suu Kyi tiene 66 años y la intensa campaña electoral por todo el país le están afectando. Durante un viaje a Mandalay enfermó y tuvo que cancelar varias charlas para cuidarse. Sus biografías le dan un voto de confianza inalterable, destacan el carácter obstinado que Kyi habría heredado de su padre quien no se asustó ante las amenazas de asesinarle.
Quizás la junta militar, cuando condenó a Suu Kyi a 20 años de arresto domiciliario, pensó que pasados aquellos años, la activista ya no daría el salto a la política. Quizás incluso pensara que moriría. Pero lejos de dejarse frenar, Suu Kyi no dudó ni un segundo tras su liberación y su avanzada edad tampoco le dio qué pensar.
«No creo que quiera ser percibida únicamente como un símbolo», dijo Larry Dinger en International Herald Tribune, quien encabezó la misión norteamericana en aquel país hasta el pasado agosto. Dinger habló con Suu Kyi numerosas veces durante su estancia y está convencido de que «es una demócrata y se ve a sí misma en la política activa. Quiere encontrar un camino pragmático hacia adelante».
Durante su campaña, no obstante, todavía no ha hecho propuestas concretas, dice que no le gusta hacer promesas. Sólo ha insistido en la necesidad de unificar los distintos grupos étnicos que existen en el país, sin especificar cómo pretende lograr esto. Pero los intelectuales confían en ella porque aseguran que tiene un buen conocimiento del «lenguaje económico», según el académico australiano Sean Turnell.
Las elecciones no son las generales, estas serán en 2015
Entrando en políticas, Suu Kyi tiene que conferir legitimidad a un gobierno que todavía controlan los mismos generales contra los que luchó durante décadas. Pero incluso si vence el próximo abril, numéricamente en el parlamento el éxito sería escaso. Pues no se trata de unas elecciones generales, éstas tendrán lugar en 2015, sino de una elección para restituir una fracción de las 600 sillas porque el año pasado unos ministros renunciaron a sus cargos.
Como mucho, el partido de Suu Kyi podría obtener unos 100 escaños. Además, tendrá que conseguir mantener la cohesión en su partido. Algunos biógrafos señalan que, mientras se les reprimía, estaban unidos. Pero una vez que aquella presión ha desaparecido, podrían surgir conflictos.
Sea como fuere, nada de eso parece dañar a la popularidad de Suu Kyi, a quien los ciudadanos ven como un brote de esperanza para Birmania. El principal oponente de Suu Kyi es u Soe Min, quien tampoco ha hecho una campaña electoral muy intensa. Según dijo, porque ya prevé los resultados.