La primavera de los checos terminó de florecer más de veinte años después de haberse iniciado. Entre quienes participaron en su génesis en 1968 se encontraba un joven intelectual llamado Vaclav Havel que dirigía el Club de Escritores Independientes. Aquel movimiento propició unas reformas políticas que la represión soviética dinamitó en poco tiempo. Havel conoció el exilio interior unos meses después al tener que abandonar la capital tras ser prohibida su obra, pero algunos años después volvió a la carga con la llamada “Carta 77”, una iniciativa que contó con el apoyo, siempre difícil en aquellas circunstancias, de tres centenares de intelectuales que consideraron que “algo hay que hacer”. Pero sus esperanzas se frustraron por segunda vez y Havel y sus colegas de disidencia tuvieron que esperar otros doce años hasta que la caída del Muro de Berlín les ofreció el trampolín que necesitaban para, esa vez sí, acabar con el régimen dictatorial impuesto desde Moscú. La llamada “Revolución de Terciopelo” condujo al perseverante Havel a la presidencia, primero de Checoslovaquia y de la República Checa cuando los eslovacos decidieron seguir su propio camino.
Su ejemplo debería alentar a quienes ocupan una y otra vez la plaza Tahrir de El Cairo. Aunque la primavera de los árabes ha progresado mucho en poco tiempo y han conseguido quitarse de encima a algunos de los peores dictadores, la situación global dista mucho de ser la que desean quienes iniciaron las revueltas. En el caso de Egipto, además, destaca un elemento muy peculiar que relaciona ambos procesos. El primero tuvo que aguardar a que se derribara un histórico muro para ver caer de golpe, como fruta madura, todos los obstáculos que se habían interpuesto en su camino durante más de dos décadas. En Egipto, los militares que han controlado los destinos del país desde su independencia construyen otro muro, también de hormigón, que les separa de los ciudadanos que intentan caminar más deprisa de lo que ellos están dispuestos a admitir. Ese nuevo muro impide el acceso a la plaza Tahrir desde el Parlamento egipcio y constituye, además de una provocación, un auténtico ejemplo de la enorme distancia que todavía separa a los egipcios de la Junta Militar que rige sus destinos.
Y más parecidos. La Revolución de Terciopelo de Checoslovaquia se extendió como la pólvora por una zona del mundo que había permanecido durante varias décadas encajonada en el rincón de la Historia que les dejó el reparto de poderes surgido de la segunda Guerra Mundial. Dos décadas después, algunos de esos países se han incorporado a la Unión Europea e incluso a la OTAN mientras otros continúan anclados en vicios del pasado que pugnan por mantenerse a flote pero perdiendo fuerza por momentos.
Al mundo árabe le falta mucho por hacer. El mayor obstáculo para salir de la encrucijada en que se encuentra está en Siria, pero los sucesos de Egipto y las incertidumbres que han despertado las victorias islamistas en las primeras elecciones celebradas en algunos países permiten entrever un panorama difícil para los próximos años. Lo importante, como los checos enseñaron al mundo con Havel a la cabeza, es tener muy claro el objetivo. No importan los años, lo que cuenta es el resultado.