Lo malo que tienen los medios es que acaban mostrando la realidad. Digo que es “lo malo” poniéndome, claro está, en el lugar de quien quiere controlarlos, porque dejándolos a su aire siempre cuentan cosas que otros, los controladores, quieren mantener en el silencio. Decía Ben Bradlee que los periodistas narramos los hechos con bastantes imprecisiones, a veces con errores enormes, en ocasiones de manera incompleta, pero que quien utiliza con frecuencia los medios informativos obtiene un conocimiento amplio y valioso de los hechos de actualidad. Tengo que decir que no puedo certificar que esta reflexión pertenezca al ex director de The Washington Post y que la traigo aquí porque la he oído con frecuencia en boca de colegas, pero, si no es del veterano periodista, 92 años ya, merecía serlo porque acredita lo que ocurre en el fenómeno de la información cuando los medios tienen libertad para actuar. Los errores de los periodistas, quienes son tan humanos al menos como sus seguidores, resultan inevitables, y las tergiversaciones de los que abusan de su posición, como ocurre en todos los oficios, son impredecibles. Pero cuando la información circula libremente, a pesar de sus imperfecciones todos acabamos enterándonos de todo.
Por eso hay quien propugna el control de la información. Unas veces, para que los medios no hablen de ellos, los controladores; otra, para que los medios digan solo lo que a ellos, los controladores, interesa. El último en proponer el control ha sido Pablo Iglesias, líder de la formación emergente Podemos, y con ello no solo ha sorprendido a algunos despistados, o a muchos, sino que se ha retratado. Hacía tiempo que en España nadie proponía resucitar el control político de los medios –si prescindimos del infausto Consejo de la Audiovisual de Cataluña- y a Iglesias le cabe ahora ese dudoso honor. No debo repetir aquí lo que he escrito acerca de esta intención controladora en mi blog sobre libertad de expresión (y que ustedes pueden consultar si les apetece: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/la-libertad-mas-fragil/ y http://libex.funciva.org/temas/justino-sinova/), pero sí tengo que subrayar que la sorprendente propuesta conforma el perfil biográfico de un político que se ha dado a conocer a través de los medios que él repudia, medios que están en “manos de multimillonarios” como las televisiones Cuatro y La Sexta, que caerían bajo el yugo controlador que propugna. Lo notable de esta paradoja no es –o no es solo- que establezca una enorme contradicción sino que hace emerger una hipocresía reveladora.
El resultado es que, gracias a la difusión en un libro de este deseo de controlar los medios y a otras revelaciones de los medios aún no controlados, podemos conocer mejor al jefe de Podemos. Así todos podemos algo. Y resulta que Iglesias ha sido descubierto apoyando el régimen bolivariano de Venezuela, que no tiene un comportamiento democrático aunque él trate de desfigurarlo, y no solo eso sino también deshaciéndose en elogios a su fundador, el militar Hugo Chávez, golpista de 1992, cuya figura y gestión le gustaría imitar. Y también ha sido sorprendido en sus correspondencias con la banda terrorista ETA y los grupos de su entorno, presos incluidos, sobre los que hizo declaraciones que a nadie puesto en la mira de los terroristas –y en la mira de los terroristas estamos todos los españoles- le pueden complacer. Pablo Iglesias era un profesor desconocido que de pronto apareció en algunas tertulias de televisiones que ahora quiere controlar, gracias a las cuales adquirió popularidad que convirtió en resultado electoral. La premura de su emergencia, como portavoz del movimiento de indignados, ha dificultado el conocimiento de su personalidad, pero ahora se va conformando poco a poco.
El conocimiento de la personalidad de los políticos es un derecho de la gente, así que no tiene nada de excepcional que se les exija que se retraten en público. Visto cómo reaccionan, con imprecaciones a quienes les definen, Pablo Iglesias y su equipo no reciben con agrado las noticias de los medios que desvelan su lado aún desconocido. Pero ese es el precio que los políticos han de pagar. Y, repito, es un derecho de la gente, lo mismo que el conocer su programa de promesas políticas, del que los medios no se han ocupado con suficiente atención. Iglesias y su equipo pueden decir lo que quieran gracias a la libertad de expresión que la Constitución reconoce y protege a cada ciudadano, de la misma manera que los demás son libres de criticar y de elogiar, si es el caso, sus opiniones y sus actos. Es el juego de la libertad, en el que aún deben entrenarse. El malestar con el que soportan informaciones sobre ellos recuerda cómo definen algunos la noticia, un relato que alguien tiene interés en ocultar. George Orwell decía – y no me cansaré nunca de repetir este hallazgo- que la libertad de expresión es el derecho a decir lo que otros no quieren escuchar. Y para que esto funcione no hacen falta controles. Los controles, en realidad, son un invento para acabar con la libertad.