«¿Sabéis que voy a hacer? Voy a gastar mi plan de pensiones y voy a irme a vivir a uno de esos siete nuevos planetas que acaban de encontrar. Con suerte allí no tendré que escuchar las tonterías de este tipo». Joel Birnbaum, director financiero de la empresa donde trabajo, es un casi octogenario, nacido en el Bronx, judío, casado con una puertorriqueña fiel seguidora de Donald Trump y tremendamente conservador. Pese a ello, se negó a votar por Trump pensando que sería una locura hacerlo y como se encarga de recordar a diario, «Disfruto de mi mujer todo lo que puedo, nunca se sabe cuándo Trump considerará a Puerto Rico parte de México». Si pensábamos que América estaba perdiendo la cabeza durante el período previo a las elecciones, el período post-electoral no está siendo nada prometedor.
Si algo es palpable en esta etapa, es la aparición de lo que me gusta llamar «nuevos ricos de la política». Los defino como aquellos americanos que nunca se preocuparon demasiado por la política, más allá de ver algún debate aquí y allá o llevar una camiseta de Obama para ir a echar gasolina los domingos por la tarde. Por lo que pude comprobar en mi entorno, antes de las elecciones, compañeros mayores y jóvenes con carreras universitarias, en ocasiones desconocían cómo funcionaba el sistema electoral, de qué servía el voto popular, cuándo se vota para el Congreso, además de otras barbaridades difíciles de comprender como donde está Israel o qué es ese rectángulo que limita con España, pero como dijo Miss Carolina del Sur, todos sabemos que es porque no tienen suficientes mapas. Ahora bien, todo nuevo rico necesita un punto de inflexión en su vida, algo con lo que aparentar y para la sociedad americana, el cambio de estilo de la política en estos últimos tiempos ha sido el premio gordo.
Mensajes simples y provocativos
Tradicionalmente, la figura del presidente, pese a ser siempre cercana al pueblo durante su mandato, comienza a tomar un tinte legendario tras su salida, convirtiendo a la clase política en algo lejano al pueblo. Este hecho unido a la menor influencia del gobierno en la vida de los ciudadanos, no ha conseguido despertar un interés por la política en la clase media americana, con la que trato día a día. Pero desde un tiempo a esta parte, el debate y el mensaje político se ha simplificado, de manera que no hay que levantar el cuello para mirar que se cuece en las altas esferas. Ahora más bien hay que agacharlo para mirar la pantalla del móvil, leer un par de titulares plagados de sensacionalismo y cargar los cartuchos dispuestos a debatir en la oficina.
Cuántas veces a lo largo de la semana escucho la frase «repeal and replace Obamacare», «él va a hacer nuestro país más seguro», «hay muchos inmigrantes que son violadores y asesinos», «los derechos de las mujeres son derechos humanos», «no está capacitado para ser presidente» y como éstas, tantas otras frases que se lanzan unos a otros mientras se discute sobre política durante la comida y con la que se llega a los mismos puntos muertos que ambos candidatos llegaban tras el estrado, hasta el punto de que muchos de los carteles vistos en la marcha posterior a la inauguración, hacían juegos de palabras con estas mismas frases, dejando evidencia de cómo el mensaje fácil y provocativo, en definitiva, populista, cala en las conciencias incluso para protestar contra dicho mensaje.
Como decía al comienzo, la situación tras las elecciones no es nada prometedora. Pese a que el partido demócrata anda aún sin rumbo tras la muerte política de Hilary Clinton y mientras tratan de encontrar un líder que equilibre la balanza, la cadena CNN (Clinton’s News Network para Trump) parece haber tomado el asiento de la oposición y las 24 horas de su programación se dedican a criticar todos y cada uno de los movimientos del presidente, desde la esperable protesta contra el decreto migratorio hasta ridiculizar el pudding de carne que Trump recomienda a aquellos que invita a cenar, ya sea en la Casa Blanca o en Mar-a-lago, el complejo hotelero del presidente en Palm Beach que utiliza como «la casa del pueblo» a la que huir los fines de semana. Muy populista.
CNN a un lado, la Fox al otro
En el lado contrario, la cadena Fox responde alineando tertulianos siempre favorables a la nueva administración a «debatir» sobre todas las maravillosas reformas venidas y aún por venir. Una línea editorial dura como un martillo, sin fisuras, exceptuando el caso de Sephard Smith, un peso pesado de Fox que denunció la locura que a diario se vive en la sala de prensa de la Casa Blanca y defendió incluso a un periodista de la cadena rival, cuando el presidente se negó a contestar su pregunta. Y es que no todos los periodistas tragan con los “hechos alternativos” de Trump por mucho que lo exija la cadena. A diferencia de los medios en España, donde las principales cadenas ofrecen espacios informativos más o menos parciales de no más de una hora de duración, los principales medios de comunicación estadounidense utilizan predicadores que durante horas y horas opinan y adoctrinan a sus espectadores utilizando la actualidad como excusa.
Es difícil que está histeria pueda prolongarse durante muchos más tiempo. El público comenzará a cansarse de tanto falso escándalo, la audiencia bajará y las cadenas necesitaran tomar un enfoque más pausado en lo que a política respecta. Por su parte, el nuevo presidente está poniendo todo patas arriba y la derrota aún escuece en el ala progresista. De momento el plan de Trump, anda sobre ruedas, deshacer el legado de Obama y cambiar el rumbo de la nave. Veremos si a la hora de proponer y crear país, el magnate del ladrillo es capaz de comenzar a construir un legado al menos igual de brillante que la fachada de su torre dorada.