Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau, Austria y, supuestamente, se suicidó el 30 de abril de 1945, en el búnker de la Cancillería, junto a su recién estrenada esposa Eva Braun. Sin embargo, ciertas investigaciones vendrían a demostrar que el final de Hitler no fue tal, ya que nunca se encontró el cuerpo ni pruebas concluyentes para probar la muerte del máximo dirigente de la Alemania nazi.
Desde niño las palizas que le propinaba su padre, Alois Hitler, desarrollaron en el Adolf Hitler una personalidad primitiva, incapaz de experimentar empatía. Además, el deseo de su padre de que se convirtiera en funcionario le llevó a inclinarse por la pintura, su verdadera vocación, aunque la falta de talento le negó hasta en dos ocasiones el acceso a la Academia de Bellas Artes de Viena en la que ansiaba ingresar.
Tras la muerte de su madre, a causa de un cáncer de mama, y durante su estancia en Viena se nutrió del antisemitismo de la cosmopolita ciudad. En 1913, Hitler abandonó Austria porque la mezcla de razas en Viena le causaba “repugnancia” y se instaló en Múnich atraído por la fortaleza del Imperio alemán. Así, un año después, con el estallido de la I Guerra Mundial, Adolf Hitler no dudó en alistarse como voluntario en el ejército de este país.
Durante la Gran Guerra alcanzó el grado de cabo y recibió dos cruces de hierro pero, al término de la misma, Hitler quedó temporalmente ciego por un ataque con gases tóxicos y fue trasladado a un hospital de campaña, donde fue diagnosticado como “peligrosamente psicótico”. Distintas teorías enlazan directamente la personalidad de Hitler con las múltiples afecciones y enfermedades que padecía: impotencia sexual, afección pulmonar, espasmos en la pierna izquierda, mareos y daños auditivos, además de síntomas paranoides que producían excesiva agresividad e ideas obsesivas.
El agravamiento de la enfermedad de Parkinson, que también le fue diagnosticada, coincidió con la matanza masiva de judíos, gitanos, latinos, homosexuales y disidentes políticos. Asimismo, tomaba drogas por vía intravenosa (speed) que explicaría la euforia dialéctica que le caracterizaba, así como, su aparente extraordinaria vitalidad. Además, también se le administraba cocaína, que por aquel entonces contaba con prescripción farmacológica, para mejorar su sinusitis.
Teorías conspiratorias
En un documento de 1943, Henry Murray, miembro de la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora de la CIA, realizó un informe sobre la personalidad de Hitler en el que señalaba que en caso de derrota podría suicidarse de forma dramática. Y así parece que fue, en la madrugada del 29 de abril de 1945 dictó su testamento, contrajo matrimonio con Eva Braun y un día después ambos se suicidaron. Se cree que conocer el fatal desenlace de su homólogo italiano, Benito Mussolini, colgado boca abajo junto a su amante Clara Petacci en una gasolinera de Milán, donde sus cadáveres fueron duramente maltratados, reforzó su decisión de suicidio.
Sin embargo, hay publicados varios libros en los que se cuestiona la teoría oficial de la muerte del dictador alemán, que coinciden con documentos desclasificados hace un par de años de la agencia norteamericana, donde hablan de una supuesta fuga a Argentina, en submarino, rumbo a América del Sur, cerca de la Cordillera de los Andes.
El informe demuestra, además, que el FBI pasó por alto importantes pruebas del escape hacia Sudamérica del dictador. Aunque, sin duda, la que podría ser la evidencia más representativa de que Hitler sobrevivió a la caída de Alemania reside en las comprobaciones de ADN realizadas a los fragmentos de cráneos recuperados del búnker, cuyos resultados del examen no dieron compatibles ni con familiares de Adolf Hitler ni con los de Eva Braun. De hecho, el arqueólogo Nick Bellantoni anunció, en septiembre de 2009, que el presunto cráneo de Hitler correspondía a una mujer de entre 20 y 40 años.
¿Mito o realidad? Lo cierto es que resulta escalofriante creer que el despiadado mandatario nazi muriera casi tres décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial tras una vida sin sobresaltos.