Aunque fue su obra cumbre, traducida a una treintena de idiomas y considerada uno de los referentes de la literatura universal, a García Márquez le costó digerir el éxito de Cien Años de Soledad, y en varias ocasiones confesó su odio hacia la novela.
Así lo hizo en una entrevista publicada por el diario ABC en 1991, en la que admitía que el cambio de vida que le supuso la popularidad fue una auténtica conmoción «y no para bien». «El acoso al que he sido sometido me ha perturbado. Desde entonces, mi vida ya no es la misma», afirmaba el escritor, que confesaba sentirse «una atracción de circo». «Antes, cuando era una persona normal y espontánea, quedaba con alguien para almorzar y bromeábamos de cualquier insignificancia y nos lo pasábamos estupendamente. Ahora, cuando llego a un restaurante, hay veinte personas esperándome, como si fuese una atracción de circo. Y no sólo eso: durante el transcurso de la comida esperan la frase inteligente, la ocurrencia magistral. ¡Agotador!», decía el Nobel en un momento de la entrevista. «Yo no reniego de »Cien años de soledad». Me ocurre algo peor: la odio. Está escrita con todos los trucos de la vida y con todos los trucos del oficio. Eso no lo ha sabido ver ningún crítico. Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Sus claves son simples, yo diría que elementales, con constantes guiños a mis amigos y conocidos, una complicidad que sólo ellos pueden entender»
Según García Marquez esa novela, considerada una de las mejores de todos los tiempos, no era ni mucho menos la mejor escrita. El autor confesaba su preferencia por otras, como «El amor en los tiempos del cólera» o «El otoño del patriarca», y manifestaba su malestar porque los críticos no habían sabido entenderlas.»Es superior (El otoño del patriarca) con diferencia. Aquí, en cambio, los críticos, ni han sabido leerla ni han sabido interpretarla. Decepcionante», decía con pesar el escritor.
Murió el mismo día que uno de sus personajes
La muerte de García Márquez venía marcada en el calendario de Macondo, el lugar mágico que recorrió a través de sus libros.
Porque García Márquez era eso. Una prolongación de sus letras. A través de ellas, habitó en Macondo más que en ningún otro lugar, compartió desdichas con el coronel Buendía, esperó los trenes que nunca llegaron, se rodeó del olor de los bananos. Y se fue también con el mismo “realismo mágico” que lo hizo célebre, haciendo coincidir su muerte con el de una de sus protagonistas, la inolvidable Úrsula Iguarán, matriarca de Cien Años de Soledad.
«Amaneció muerta el Jueves Santo. La última vez que le habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años», escribió Gabo como una premonición casi, allá por el 1965, el año de creación de esta novela, publicada dos años después.
Inspirada en la abuela del escritor, Tranquilina, una de las personas más influyentes en su vida, este personaje, que murió ciega, se convirtió en emblema de la lucha de una mujer por sacar a toda su familia adelante.
Con seguridad, Gabo diferirá de una cosa con Úrsula Iguarán. Al entierro de ésta asistió muy poca gente, “en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes”. Con García Márquez, la despedida se espera inmensa. El escritor, que será incinerado hoy en la intimidad, será homenajeado el lunes en el Palacio de Bellas Artes de México.