Egipto ha elegido al primer presidente democrático de su historia. El islamista Mohamed Mursi se ha impuesto con algo menos del 52% de los votos al hombre del antiguo régimen de Hosni Mubarak y candidato de la Junta Militar que comandó la transición, Ahmed Shafiq, en la segunda vuelta de las presidenciales.
En un giro inesperado hace apenas año y medio, cuando la revolución egipcia forzó la caída de la dictadura tras 30 años de despotismo, un islamista encarcelado por el propio Mubarak le ha sucedido en la presidencia de la nación árabe más grande del mundo. Un cambio histórico pues, desde el derrocamiento de la monarquía en 1952, los militares habían aupado al trono a todos los líderes de Egipto.
A pesar de ello, Mursi no gozará de los faraónicos poderes de sus predecesores. La Junta Militar, en una maniobra para mantener su posición privilegiada, restringió y asumió poderes del futuro presidente horas después del cierre de las urnas en un anexo constitucional. El candidato de los Hermanos Musulmanes, grupo del que se ha desvinculado tras la victoria como prometió, tendrá que mantener así un duro pulso con la cúpula castrense.
Tras la disolución del Parlamento, donde los islamistas tenían mayoría, los generales se han reservado el poder legislativo y presupuestario, nombrarán al próximo ministro de Defensa (con la ley marcial decretada por ellos todavía vigente) y decidirán quiénes serán los autores de la nueva Constitución, sobre la que tendrán derecho de veto.
Los analistas consideran que Mursi tendrá, por tanto, que enfrentarse al »Estado profundo», como ya se conoce al aparato militar que gobierna de facto desde hace seis décadas, y a sus conspiraciones para desestabilizar al nuevo gobierno.
«A Mursi le aguarda un oscuro futuro. Tendrá que elegir entre rendirse completamente al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, lo que implicaría su suicidio político, u optar por resistir», ha reconocido un miembro de los Hermanos Musulmanes, Magdy Saad, en declaraciones al diario egipcio »Al Masry al Youm».
Por este motivo, muchos egipcios temen ya un pacto de transición entre Mursi y la Junta Militar. Según una fuente cercana a ambas partes al diario
»Al Ahram» , el Ejército estaría dispuesto a limitar la repetición de las elecciones parlamentarias a un tercio de los escaños, para que los Hermanos Musulmanes mantengan su mayoría, a cambio de que Mursi acepte que el anexo constitucional permanezca intacto.Una nación dividida que pide pan
Los resultados de las presidenciales muestran una profunda división en el país, con un resultado muy ajustado entre ambos candidatos. Unos comicios que, además, tuvieron una participación relativamente baja: el 51% de los egipcios asistieron a las urnas, algo más de 26 millones de personas.
Por tanto, más allá de las negociaciones con los militares, el nuevo presidente egipcio deberá articular en las instituciones a las heterogéneas fuerzas de la coalición, de grupos laicos, de izquierda y conservadores que fueron el sustento de la revolución y cuyo único punto de encuentro es su oposición al régimen militar, pero que recelan de las intenciones de los Hermanos Musulmanes de revestir el nuevo Egipto bajo un velo islámico.
A la vez, tendrá convencer a la población de que puede cumplir con las reivindicaciones de pan, libertad y justicia social que empujaron a miles de egipcios a la plaza de Tahrir, que ha vuelto a abarrotarse para celebrar la victoria de Mursi. «Habrá escasez de bienes básicos como combustible o comida», explica uno de los miembros de la Hermandad.
Mursi promete gobernar para todos sin venganzas
«Seré el hermano y el servidor de todos los egipcios, un presidente para todos los egipcios», prometía el nuevo presidente egipcio tras votar. Un mensaje de unidad dirigido a los sectores más reacios a la opción islamista, en particular, la minoría copta.
Mursi tampoco se ha olvidado de las familias de «los mártires de la revolución», más de 800 personas que perdieron la vida para que Egipto haya podido votar libremente. El vencedor de las elecciones se ha comprometido a reparar sus derechos y reconstruir el Estado de Derecho, aunque sin «venganzas» ni «ajustes de cuentas».
«Los egipcios han elegido un futuro mejor. Yo les prometo construir un Estado moderno, democrático y civil con una Constitución», sentenciaba en una suerte de declaración de intenciones. Y un eslogan renovador: «La revolución continúa».