«¿Por qué tengo que adaptarme al horario de la peluquería si trabajo todos los días?» Es lo que se pregunta Jimena Bernar, la cofundadora de Coquett&Co para explicar que el mundo de Internet está cambiando todos los sectores, incluso el de la belleza, y que en un mundo cada vez más interconectado y con horarios flexibles la disponibilidad es clave.
«Si quiero cortarme el pelo y no puedo ir a la peluquería, utilizo Coquett&Co, busco peluqueros en mi zona, hago una reserva y el profesional va a tu casa a la hora acordada». Esta vez el que habla es Nacho Bernar, el padre de Jimena, y el otro fundador del proyecto. Después de casi cinco meses trabajando codo con codo para sacar la plataforma adelante prácticamente uno termina las frases del otro.
En apenas dos semans de vida Coquett&Co tiene más de doscientos profesionales ofertando sus servicios en toda España, desde Madrid y Barcelona hasta Albacete. Es la única aplicación que crea un »market place», un lugar de encuentro entre oferta y demanda, para profesionales de la belleza a domicilio, una especie de Blablacar o un Airbnb de la belleza. «Ponemos en contacto a clientes y profesionales en la misma zona y cobramos una comisión fija por servicio, pero cada profesional puede decidir cuanto vale su trabajo», explica Nacho.
Una boda, una idea y mucha diligencia
Jimena es abogada, trabaja en un despacho en Madrid, y tiene 27 años. Su padre, Nacho, es empresario, ronda los sesenta, y es la voz de la experiencia. Ninguno se dedica en exclusiva al proyecto pero su pasión compensa la falta de horas.
«Todo empezó cuando me casé«, explica Jimena. Tanto ella como sus invitados necesitaban maquillaje y peluquería, así que se dedicó a buscar una red de maquilladoras y peluqueras que pudiesen ir a domicilio. Ese año tuvo seis bodas más y empezó a cobrar por poner en contacto clientes y profesionales. Se dieron cuenta de que había una necesidad que nadie estaba explotando.
Fue su padre el que se dio cuenta de que esa forma de trabajar no era escalable, no podían aumentar el volumen de bodas. Por eso decidieron unirse y empezar a trabajar en Coquette&Co. «Alguien podría pensar que yo pongo el dinero y ella todo lo demás, pero no es así», dice Nacho. En realidad, él se dedica a la parte más empresarial y legal, como facturar los servicios de los profesionales o crear la sociedad; ella, sin embargo, realiza la tarea »comercial» de contactar a los profesionales para que se anuncien en la web y lleva las redes sociales; la parte de desarrollo de la web corre a cargo de los dos.
Son un equipo perfecto. Se miran y sonrien cuando les preguntan cómo es trabajar padre-hija. «Es mi hija mayor. No podría pensar en nadie con quien trabaje mejor», dice Nacho. «Trabajar con él me da mucha seguridad, creo que le echa más horas que yo», responde Jimena.
Más clientes, menos normas
El proyecto se vende solo. El profesional puede acceder a muchos más clientes potenciales, explican, y el usuario ni siquiera tiene que moverse de su casa. Después de reservar el servicio, el profesional tiene unas horas para confirmar o denegar el trabajo. Pero Coquett&Co es también una plataforma de pago.
Si el profesional está ocupado esa hora puede denegar el trabajo. «Que cada uno trabaje las horas que quiera, que sean felices, que puedan llevar a sus hijos al cole», dice Jimena. «No es competencia a las peluquerías«, asegura Nacho, «puedes trabajar en un negocio de lunes a viernes y necesitar un dinero extra los fines de semana».
Si acepta el trabajo, el cliente recibirá un código, como en Blablacar, y el dinero se quedará congelado en su cuenta. Una vez el profesional realiza el trabajo e introduce el código se efectúa el cobro. A final de mes, el profesional recibe una factura y cobra todos los servicios que ha realizado.
«Queremos que todo sea legal y transparente», asegura Nacho, que explica a los profesionales que deben facturar los servicios y, en caso de que no estén dados de alta como autónomos, les remite a una plataforma llamada Factoo que gestiona liquidaciones sin tener que ser autónomo.
Al final, la idea es que los profesionales y los clientes puedan unir sus necesidades. Es el futuro de internet y los espacios colaborativos.
Blablacar empezó así en 2006 en Francia. Su fundador, Frédéric Mazzella, tenía que volver a casa y no quedaban billetes de tren libres. Finalmente, logró que su hermana le recogiera de camino en coche. Durante el trayecto, se dio cuenta de que los vehículos que veía en la carretera iban casi todos vacíos. Ahora, Blablacar opera en 22 países.
¿Por qué no hacerlo también con la belleza?