Aunque parece difícil que la semiótica se convierta en el argumento de una novela con trama policíaca, el escritor francés Laurent Binet (París, 1972) lo ha hecho en «La séptima función del lenguaje», porque, dice, es «la ciencia de Sherlock Holmes, que era un semiólogo sin saberlo».
Tras la acogida que tuvo su primera novela «HHhH», galardonada entre otros con el premio Goncourt a la primera novela, Binet vuelve a explorar los límites entre la ficción y la realidad con esta nueva obra, editada en español por Seix Barral, en la que relata con humor las vivencias de los semiólogos franceses en los años 70 y 80 que integraron el grupo de la llamada «French Theory».
Esta ciencia, que estudia los diferentes signos que permiten la comunicación entre los individuos, alcanza en la novela de Binet una dimensión de «complot» al investigarse la muerte del semiólogo Roland Barthes, atropellado por un camión en 1980, cómo si fuera un asesinato.
Y todo porque los servicios secretos franceses creen sospechoso el hecho de que el fallecido viniera de una comida con el entonces candidato socialista a las elecciones, Françoise Mitterand, cuando fue atropellado.
Un conservador inspector de policía y un progresista y joven profesor que le servirá de «traductor» del mundo de la semiótica investigarán este caso en el que se involucran la CIA y los servicios secretos rusos porque se busca la «séptima función del lenguaje», una nueva función de la lengua que hace que quien escuche una orden, la ejecute de inmediato sin rechistar.
En un encuentro con periodistas en el Instituto francés de Madrid, Binet ha explicado que escribió esta novela como «un antídoto» de «HHhH» ya que después de estar 10 años atado «neuróticamente a la verdad histórica» tenía ganas de hacer lo contrario y «jugar con la realidad».
El autor francés quería escribir una fábula sobre el poder del lenguaje y consideró que la perspectiva de hacerlo como lo haría Sherlock Holmes era muy natural ya que la semiología es el estudio de los signos y éstos, según Barthes, son indicios.
La comida que reunió a Mitterrand y Barthes fue real, ha recordado el escritor, una cita a partir de la cual novela los acontecimientos con personajes reales con nombres y apellidos, algunos de los cuales, ha reconocido, se enfadaron a pesar de que asegura que siempre se ha referido a ellos en su faceta pública y no privada.
Sobre una escena de contenido sexual en una sauna protagonizada por el filósofo Michel Focault (1926-1984), Binet ha destacado que éste nunca escondió su homosexualidad y se ha mostrado convencido de que «no se habría quejado del trato» que le da en el libro.
El autor ha considerado «curioso» que en un país como Francia se haya podido pensar en esa escena como algo «sucio» y ha opinado que se debe a que es entre homosexuales: «Si hubiera sido heterosexual no habría habido esa reacción».
Para Binet, su obra es una «sátira de la creación de complots» además de una «metanovela» en la que se reflexiona sobre lo que es real y lo que es ficción, una novela «barroca» en la que combina géneros, registros, con una «estructura de James Bond y con influencias de las nuevas narrativas».
Los intelectuales franceses en la actualidad, ha indicado Binet, no son tan influyentes como lo fueron el grupo que protagoniza el libro (Barthes, Foucault, Gilles Delleuze, Jacques Derrida o Louis Althusser, entre otros), pero esto no quiere decir «que hayan desaparecido sino que están dominados por otros mediáticos de menor nivel y que no pasarán a la posteridad», con algunas excepciones, ha indicado.
«Son momentos complicados» en todo el mundo, ha recalcado el autor galo que ha asegurado que no hay literatura nacional porque la escritura atraviesa fronteras: «Yo pertenezco a una comunidad literaria que no tiene fronteras».
Carmen Naranjo