Dario Acosta, conocido por el sobrenombre de Lucas es un hombre que vive desde hace 8 años en una alcantarilla ubicada en la esquina de la calle 7 con la 27 del centro de Bogotá, Colombia.
Según recoge Globovisión, Acosta-Lucas nació en Armenia, capital del departamento colombiano de Quindío, hace 65 años y -según él mismo reconoce- siempre ha sido algo perezoso. Lucas realizó a regañadientes su educación primaria, y mientras sus hermanas soñaban con tener familia, trabajo o su propio negocio, él dice que nunca deseó.
A los doce años de edad se fue de casa, y recaló en San José de Cúcuta, donde trabajó de ayudante para un comerciante. Al poco tiempo se trasladó más allá de la frontera, llegando a Caracas (Venezuela).
Durmió en las bancos de los parques, se alimentó de la basura, conoció las residencias y pernoctó junto a prostitutas, hasta que a los 18 años quiso empezar de nuevo y regresó al hogar, como en la parábola del hijo pródigo. Pero no funcionó.
Tras deambular por varias localidades, pasados los 30 años decidió conocer Bogotá, la capital de la que se decía que nadie se moría de hambre. Y parece que algo de razón tenía la leyenda popular. Ahora vive en esta urbe, pero no en sus calles, sino debajo de ellas.
Bajo su alcantarilla hay un espacio de apenas 1,20 metros de altura por poco más de dos metros de largo y uno de ancho. Aunque por las paredes se filtra agua, Lucas asegura que no hay mal olor, porque él se encarga de que no haya hongos. Cada 15 días, Lucas limpia las paredes de su cueva con una mezcla de nitrato de plata y otros químicos.
Aunque esa mezcla quema las manos, también mata los hongos, espanta las ratas, ahuyenta las cucarachas y es un repelente para los insectos. Lucas vive en un agujero, pero al menos se jacta de que no se tiene que preocupar del frío, ni de pagar alquiler cada mes.