En su discurso de recepción del Nobel de Literatura, en 1996, Wislawa Szymborska hizo un elogio de la duda. “La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo no lo sé”. Pero la escritora polaca sí sabe que es posible tener claras algunas cosas. Así lo refleja en su poema Vietnam:
Mujer, ¿cómo te llamas? – No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? – No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? – No sé.
¿Desde cuándo te escondes? – No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo cordial? – No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? – No sé.
¿A favor de quién estás? – No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. – No sé.
¿Existe todavía tu aldea? – No sé.
¿Éstos son tus hijos? – Sí.
La izquierda y la derecha discrepan sobre muchas cosas. Pero hay un tema en el que casi todo el mundo está de acuerdo: nos estresan los pinos que hay que hacer para conciliar el trabajo con la atención a la familia. Lo dicen las encuestas y lo dicen también las conversaciones en el metro y en el bus.
Frente a la indecisión de los políticos de distinto signo para impulsar ayudas familiares, podemos recordar otro verso de Szymborska: «Temas no faltan, porque nos unen muchas cosas». Y es cierto: a poco que se piense, no es difícil saber qué necesitan las familias y cómo quieren ser ayudadas.