Estás durmiendo poco y mal. Algo te inquieta. Y, sin embargo, la gente nota que te brillan los ojos. —“¿Y esa locuacidad, chaval?”. — “Ya ves, el invierno. Que últimamente está que arde”. Y sigues durmiendo poco. Porque le das vueltas a todo, porque podría ser pero quizá quién sabe… De la dichosa margarita de la suerte no quieres saber nada. Porque, en el fondo, sabes que no es cuestión de suerte. ¿Me quiere o no me quiere? Ufff. Aquí no hay quien concilie. En fin, mañana Dios dirá.
A tu mejor amigo le tienes frito. Ya le has contado cientos de veces que has conocido a la mujer más increíble del mundo. Y él se alegra. Se alegra mucho. Pero también te gasta alguna broma. — “¿De qué color es ese cuadro?”. — “Azul”. — “Pues no. Es verde… ¿Y la silla?”. Pero no entras al trapo. —“Tío, en serio, que estoy siendo objetivo”.
Durante estos días, estás un poco más sensible (un poco) a las noticias rosas. Y, como siempre, hay de todo. Que si futuros negros y corazones rotos. Que si nada es eterno y bla, bla, bla… Y te entra el canguelo. Pero entonces te acuerdas de esos versos que escribiste hace ya algunos años y que ahora, no se sabe por qué, estallan en mitad de la noche: “Es hermoso querer / en condiciones tan precarias”.
Se te nota. Estás enamorado. Desde ahora, todo se hará sin prisas y a su ritmo. Para que sea amor. Para que no sea frágil.