A los 20 años, Rosana Pérez Marso (48, Huesca) empezó a “hacer cosas raras”. Caminaba torcido por la acera, arrastraba una pierna, tenía visión doble y las manos y los pies acartonados. A los 28 le diagnosticaron una esclerosis “por pura casualidad”. Cuando oyó el dictamen suspiró aliviada “porque no estaba loca ni tenía depresión”.
En un atraco en una sucursal de FECSA en Huesca, el atracador, un drogadicto que estaba en pleno mono, disparó un tiro al padre de Rosana, quien trató de detener al ladrón porque era policía, aunque ese era su día libre. Murió poco después en el hospital de Huesca. Un año más tarde, cuando Rosana tenía 28 años y su hija Miriam 3, el pediatra le recomendó que la llevara a una psicóloga de niños para ver si le habían quedado secuelas por la muerte de su abuelo.
Como arrastraba mucho la pierna, nada más entrar por la puerta la doctora Sánchez Avendaño le preguntó cómo se encontraba y ella le respondió “aquí estoy con mi pierna tonta”. Le mandó hacer una prueba y a los cuatros días la llamó a su despacho. “Tienes esclerosis múltiple en brotes” (no progresiva), le dijo con el rostro demacrado. “Qué susto me ha dado, creía que tenía cáncer y que me quedaban pocos días”, fue su reacción, también de alivio “porque tenía algo objetivo y no eran suposiciones mías”.
En aquel momento, Rosana se hizo “amiga de la esclerosis y hacemos combates en las que alguna vez gana ella y otras yo”. En esos 28 años de enfermedad le han ido saliendo las secuelas: tiroiditis, pérdida de equilibrio, fallos en la psicomotricidad y pérdida de audición, entre otros.
Para Rosana, la crianza de su hija no fue fácil. Cuando Miriam tenía 3 años un día le dijo que se quería bañar sola porque ella ya podía hacerlo. “Había ido perdiendo la sensibilidad y le ponía el agua demasiado caliente, la quemaba sin querer”. Sobre las posibles secuelas en su hija a raíz de su enfermedad, responde que ninguna porque “las dos se criaron juntas, por lo que la asimiló de forma natural”.
Y 21 años después…
Rosana vive una vida muy activa en Huesca, pertenece a dos asociaciones, va a clase de bailes de salón y hace manualidades. “Estoy mejor físicamente de lo que me corresponde por el tiempo que llevo de enfermedad”. Afirma que su vida es casi normal y que la ha enfrentado desde el minuto cero con “alegría, buen humor y por encima de todo, con fe, la clave del secreto”.
A su lado asienten Lola Lanzarote (52 años) y Manolo Gavín (59), con esclerosis desde hace 11 y 25 años, respectivamente. Los tres son miembros de la asociación Frater de Huesca, de la que Manolo es presidente, una asociación de 80 miembros cuyo espíritu es “el enfermo ayuda al enfermo”. Por lo tanto, “todo el personal staff y la directiva tenemos alguna discapacidad”, detalla Manolo.
Gavín iba en silla de ruedas y ahora camina casi con absoluta normalidad. “Gracias a la medicina y a mucha lucha”, aclara. Había días que se levantaba y decidía no hacer ejercicio porque “me dolía todo y tenía todos los motivos para no hacer nada”. A continuación se levantaba y volvía a empezar.
Los tres mantienen una sonrisa en los labios toda la entrevista y hay cierta complicidad ente Manolo y Lola. “Nos presentó Rosana cuando yo enfermé”, explica ella sonriendo. “Nos casamos hace 7 años”.
Y todo empezó con una esclerosis.