Aquel 14 de junio de 2009 era domingo. Hacía un calor insoportable, pero Asia Bibi decide que va a trabajar en la recogida de bayas para sacar un dinero extra para su familia: 250 rupias, poco más de 2 euros, que sin embargo servirá para poder comprar 2 kilos de harina, con los que Asia podrá hacer tortitas para su marido y sus cinco hijos durante toda la semana.
Así que, muy de mañana, Asia se dirige a los campos, mientras Ashiq, su marido, y sus cinco hijos, duermen. A mediodía, el calor se vuelve más sofocante. Asia Bibi calcula que podría superar los 45ºC. Decide parar un segundo para ir hacia los pozos, saca un cubo metálico, se llena un vaso y bebe. «Empiezo a escuchar murmullos. No les presto atención y me lleno de nuevo el vaso, que le paso esta vez a una mujer con aspecto de alma en pena, a mi lado».
Y entonces, el grito de una de las mujeres se deja oír en el campo: «¡No bebas de esa agua, es »haram» (impura)!». Y la vecina que ha gritado indica que «esta cristina ha mancillado el agua del pozo bebiendo de nuestros vasos y reintroduciéndolo en el pozo varias veces. El agua es impura. ¡No podemos beber por su culpa!».
Asia Bibi lo considera tan injusto que responde: «Me da la impresión de que Jesús tendría un punto de vista diferente al de Mahoma sobre la cuestión». A partir de este momento, la vida de Asia se convirtió en el infierno que aún a día de hoy perdura. A los primeros insultos siguieron los empujones y las agresiones. Así huyó a su casa despavorida, temiendo lo peor. Cinco días después, se confirmó. Fue detenida, torturada, acusada de blasfema y encarcelada.
Cinco meses después, tras cinco minutos de deliberación, Asia Bibi es condenada a muerte: Asia Noreen Bibi: en virtud del artículo 295 C del código pakistaní, el tribunal la condena a la pena capital por ahorcamiento y a una multa de 300.000 rupias».