Es una noche de octubre con tormenta. A él le flaquea la vida. Se besan. Y ese beso funciona como una transfusión de sangre. “Gracias, / amor mío, / por darme la fuerza / que nunca tuve”.
La imagen y los versos son de un poema de Luis Ángel Lobato. De algún modo, reflejan lo que los médicos y las enfermeras saben por la experiencia de su oficio: que una caricia a tiempo o el contacto físico con las manos de un enfermo pueden calmar los dolores más confusos.
La ternura sensible tiene el poder de cortocircuitar los pensamientos negativos. Los interrumpe y los sustituye por una presencia amorosa. En esto, los hombres tenemos mucho que aprender. Más que discursos cerebrales, lo que se espera muchas veces de nosotros ante un desahogo es un abrazo cargado de ternura. “Estoy aquí, contigo. A tu lado. Te quiero mucho”.