A través de sus publicidades, dos empresas distintas me recuerdan que tengo derecho a navegar por la Red todo lo que quiera y más… Que ya ellas se encargan de gestionarme el cobro a fin de mes. Otra Super Corporación me confirma que sí, que al final tengo derecho a un mundo más justo. Y todavía otra más audaz me concede graciosamente el derecho a la felicidad. Je.
El capitalismo ha dado un giro histórico: donde antes había oscuros beneficios, ahora hay luminosos derechos. Conmovedor. Lo que no tengo claro es que esta insistencia en los derechos-espejismo nos esté haciendo mucho bien. Sobre todo, por las expectativas que genera.
La utopía romántica nos dice que existe un derecho a que todo sea perfecto. Pero un sexto sentido nos pone en guardia. La vida familiar no es un orbe puro de angelitos regordetes y nubes de algodón. Más bien se asemeja al “desgarrado territorio en que vivimos, amamos y sufrimos”, del que habló Ernesto Sábato. Este es el terreno en que nos movemos: una región hondamente humana, hecha de emociones agradables e intensas, pero también de momentos de aguantar el tipo y (¡menos mal!) de períodos de calma.