Por primera vez en todo el actual periodo democrático, la figura de don Juan Carlos -y con él la de toda la Casa Real- está siendo sometida al duro escrutinio de la opinión pública. Es como si el telón que durante décadas cubrió la información sobre la vida privada de la monarquía hubiese caído de golpe. Y las noticias que de pronto han comenzado a reflejar los periódicos y televisiones –el caso Urdangarín, el divorcio de la Infanta Elena, el distanciamiento entre Rey y la Reina…- no favorecen el arraigo de una familia, la Borbón, que fue instaurada hace menos de 40 años para ocupar la Jefatura del Estado. La situación, ya de por sí peliaguda, se complica todavía mas cuando estos escándalos suceden mientras España atraviesa una fortísima crisis económica, política y social. Ante este escenario, encuentran terreno abonado para la crítica los grupos -todavía minoritarios- que cuestionan la existencia de la monarquía, unos grupos que siempre lanzan la misma pregunta: pero el Rey, ¿sirve para algo?
Amadeo Martín Rey y Cabieses, Doctor en Historia y profesor de Dinastías Europeas en la Escuela Marqués de Avilés, perteneciente a la Asociación de Diplomados en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, responde que “la Constitución le reconoce al Rey un “poder arbitral” que hace de linimento o lubricante en el funcionamiento de las instituciones del Estado. Por tanto, se trata de una persona que no tiene un poder directo, sino una autoridad que le viene conferida por un peso específico y un prestigio que ahora, por sus últimos actos, se está perdiendo”.
El principio hereditario
“A nivel diplomático”, prosigue Rey y Cabieses, “el Rey tiene la función de representar al Estado en el exterior, con prudencia y siempre contando con el Ministro de Exteriores. Esta función la tiene reconocida y la ejerce de una manera eficaz. Hay que tener en cuenta que las relaciones humanas son tan importantes como las institucionales. Es un hecho que el Rey tiene muy buen feeling y ello facilita las relaciones diplomáticas y, por ello, su autoridad es reconocida y tiene un peso en todo el mundo hispano. En muchos lugares de Hispanoamérica, el Rey es como si también fuera su Rey; se le escucha porque sobre sus espaldas lleva el peso de los siglos de una Historia común y compartida”.
Y a nivel de negocios, ¿cumple el Rey alguna función relevante para los intereses económicos españoles? “Diría que con una palabra, con un gesto o con una sonrisa se hace más que con todo un memorandun”, apunta Rey y Cabieses. “Así se consiguen cosas, el Rey las consigue y las seguirá consiguiendo: tiene don de gentes y mano izquierda. Hay que tener en cuenta que desde niño se ha formado para esto. Se trata de la excelencia del principio hereditario; don Juan Carlos, desde su más tierna infancia, se ha enfrentado con toda una serie de situaciones y personas únicas que le han preparado para llevar a cabo la singular labor que le ha sido conferida”.
Por su parte, Antonio Remiro Brotóns, Catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid, comenta que “el Rey ejerce la influencia que el Gobierno quiera darle. Su representación la ejerce de un modo que le convierte en jurídicamente irresponsable. Esto se hace con la idea de colocar su figura por encima de todo tipo de sospechas y discrepancias y para no imputarle por una decisión que pudiera tener consecuencias. El Rey, como digo, está a disposición del Gobierno; si cree que su viaje puede ser útil, se hace ese viaje. Y si fuera inconveniente, se le diría que no lo hiciese”.
Abre muchas puertas, y el Gobierno lo sabe
Es un dato conocido que don Juan Carlos ha ejercido un papel determinante para que el tren de alta velocidad que próximamente unirá Medina con La Meca sea de fabricación española. ¿Es habitual que los viajes del monarca repercutan tan beneficiosamente en la economía nacional? “Hay que recordar”, señala Remiro, “que el Rey tiene magníficas relaciones personales con muchos jeques y reyes árabes y demás figuras no elegidas democráticamente que hay en el mundo entero. Aquí el Rey puede abrir muchas puertas, y el Gobierno lo sabe. Creo que si analizamos toda su actuación, desde que tomó posesión de la Corona en 1975 hasta ahora, sale una valoración muy positiva de su reinado. Últimamente se ha deteriorado, pero el pueblo español también lo ha hecho. Alguna decisiones personales -suyas o de su entorno- le han salpicado. Pero creo que el conjunto de su reinado se puede considerar como positivo”.
José García Abad, periodista, escritor y presidente del Grupo Nuevo Lunes, coincide en señalar que “el Rey no tiene un poder efectivo. Su función, por así decirlo, es la de ser el “relaciones públicas” de la Nación. Y hay que decir que lo hace muy bien. Tiene un teléfono poderoso. Puede llamar a cualquier persona del mundo y se le ponen en el acto. Esta es la función suya que más puede interesar”.
Y a la hora de suavizar las tensiones entre los partidos políticos españoles, ¿el Rey media o interviene en modo alguno? “Aquí ha intervenido poco”, responde Abad. “Este papel de arbitraje, que también le da la Constitución, no lo ha ejercido, quizás porque los partidos no le han dejado. Su influencia, por tanto, es más bien de audiencia. Es una persona que escucha mucho, y que tiene relaciones personales con muchos políticos y no políticos y con gente influyente del país. Aquí ejerce su influencia, pero de forma indirecta”.
Prestigio ante la Santa Sede
El cuanto al papel que juega el Rey en las relaciones del Estado español con la Santa Sede, Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la Facultad de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y Secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, opina que «el Rey siempre ha sido moderador, por encima de las naturales alternativas que esas relaciones han tenido en las diversos cambios de Gobierno«.