Todo empezó con una frase. «Aprobaré el estatuto que venga de Catalunya». ZP no era presidente del Gobierno, de hecho casi nadie pensaba que el entonces llamado bambi fuera a serlo algún día. Tal vez él en esos momentos tampoco lo veía claro. Y prometió. Era un 14 de noviembre de 2003 y desde entonces nada ha ido mejor en las relaciones entre Catalunya y España. Nada. Maragall estaba entonces al lado de ZP y fue en parte el instigador del desaguisado. Hinchado de soberanismo no dudó en llevar al PSC al extremo para poder Gobernar. El primer tripartito ya fue un error, el segundo el desastre. Y el PSC no ha levantado cabeza.
Maragall también supo lo del 3%, pero prefirió callar. Graso error que han pagado los catalanes y el resto de los españoles. Bono se atreve ahora a decir en un reunión que algunos grandes hombres de la político ya vieron lo que venía. No hicieron nada, aunque ahora lo cuenten ufanos en los periódicos. ZP hizo y deshizo en el Gobierno sin que nadie le levantara la voz. Ni el minitros de Defensa, que se fue, sí, pero sin dar una voz más alta que otra.
En 2003, en diciembre, otro pacto cuando menos vergonzante supuso otro torpedo en la línea de flotación del PSOE: El Pacto de Tinell. Maragall, Rovira y Saura sacaron a CIU del Gobierno tras 23 años, de llamaban catalanistas y de izquierdas. Los resultados los sigue pagando Catalunya (aunque Montoro inyecta dinero cada vez que puede). En 2005, el 29 de septiembre, el 90% de la Cámara Catalana aprueba la propuesta del nuevo Estatut. Maragall pone la puntilla: «A Catalunya se le ha agotado el margen de maniobra».
Corre el año 2006 y Zapatero pacta con Mas el estatut. Hubo reuniones secretas. En junio los catalanes refrendan el Estatut. Pero no hay euforia por ningún sitio. Votan el ¡49,41% todo un clamor como se ve, y de ellos el 73,9% de votos favorables. Un mes después el PP recurre el Estatut al TC. Montilla logra meses después vovler a reeditar un tripartito que pondrá en bandeja la reelección de Mas.
El president llega al Gobierno sin la palabra independencia ni en la boca ni en el programa. Empieza a recortar. Intenta que Rajoy le de algo de árnica en la Moncloa. Pide más competencias y dinero. Rajoy, sin ver lo que se avecina le da un portazo. Mas se da cuenta de que la crispación aumenta. Hasta tal punto lo hace que tiene que entrar en helicóptero al Parlament. Angustiado, cambia el discurso. Acelerón a la independencia. Ahora sale del Parlament entre aplausos. Respira tranquilo. España y Catalunya lo hacen menos. Pero poco importa después de una década de despropósitos.