«La gente tiene miedo», es la frase que más repiten los vecinos de la calle Torquemada, donde el viernes se produjo el último secuestro de una niña en Madrid. La tercera en los últimos cuatro meses.
La pequeña, de origen dominicano y que esa tarde estaba al cuidado de sus abuelos, fue localizada hora y media después por un hombre que paseaba por un descampado, en una zona cercana y junto a una caseta debajo de la autovía M-40. La policía la recogió poco después y fue atendida por un equipo del SAMUR, que la trasladó al Hospital La Paz, donde se le aplicó el protocolo de agresiones sexuales, habitual en caso como éste. Había sufrido abusos.
El último secuestro ha golpeado a los vecinos de la calle Luis Ruiz, en el barrio de Ciudad Lineal. Allí, cerca del número 22, se había producido la última actuación del secuestrador, el pasado 17 de junio. La víctima fue entonces una niña china de siete años, muy conocida en el barrio ya que sus padres regentan un bazar, y que jugaba sola en la calle cuando fue secuestrada. Cuatro horas después, una mujer que paseaba por la zona de Pinar de Chamartín, a unos siete kilómetros de la zona de la desaparición y en el lado opuesto del distrito, la encontró asustada, llorando, y bajo los efectos de un narcótico.
Dos meses después, su padre se resiste a responder a los medios de comunicación. Detrás del mostrador del pequeño establecimiento, mueve la cabeza en señal de negación, “no quiero hablar”, dice por lo bajo y en un castellano atropellado. “La pequeña está contenta… pero en cuanto se acerca un hombre, se agarra a su madre. Se ve que está más desconfiada”, cuenta Emilio, un vecino que vive en el edificio de enfrente y que tiene relación con la familia.
La noticia del viernes les ha removido de nuevo y ha devuelto los miedos de aquel día, “Lo estaban llevando bien, pero lo del viernes… su mujer se lleva muy bien con la mía, y cuando se enteró, la abrazó y estuvo llorando un buen rato”. “Aquí no hay miedo”, dice este vecino, “hay terror”.
Un día antes de que se llevasen a la pequeña, Emilio vio al secuestrador. Sospechó de un hombre, “alto, de tez muy clara, con el pelo canoso y un poco largo y bien vestido”, que observaba a la niña en la puerta del bazar, agazapado detrás de una furgoneta. Cada vez que la madre entraba en la tienda, dice, él aprovechaba para darle “gomitas y chucherías”.
“Y lo que más me llamó la atención”, comenta, “fue que iba acompañado por una mujer morena que se metió en el locutorio mientras él se quedó jugando con la niña. Pero no sé por qué, la policía no le ha dado mucha importancia a esto, y yo creo que puede ser importante”, se queja. También corrige a las informaciones policiales que dirigen su atención a un hombre español. «Tenía acento extranjero, como rumano. Es que yo creo que no están haciendo lo que tienen que hacer. Si se hubiesen preocupado no habría pasado esto…”.
El silencio de una mañana de domingo se interrumpe únicamente por los gritos de varios chiquillos que juegan al fútbol en un parque de la misma calle. Allí mismo está el colegio “María Inmaculada”, al que acuden la mayoría de los pequeños del barrio. Es una zona muy concurrida por niños. “los padres están preocupados, claro, y más ahora que empiezan las clases otra vez…”, dice Emilio sin ocultar la inquietud, “Mis niñas tienen 13 y 10 años, pero yo soy chatarrero y a veces no puedo recogerlas y tienen que volver solas… Mi mujer dice que se quiere volver a Huelva. Y yo le digo, ¿Y allí no han secuestrado a niñas?”.
«Aquí hay una dejadez total de la Policía»
Días después del secuestro de la niña, cuentan los vecinos, la presencia policial se incrementó en el barrio. Incluso en algunos lugares públicos, como la piscina, se aumentaron las cautelas. Si los padres no podían ir a buscar sus hijos, debían firmar una autorización para delegar la recogida. Pero dos meses después, apenas se ven agentes patrullando. “Aquí hay una dejadez total”, cuenta Manuel, que vive también en la calle Luis Ruiz, “y hay inseguridad… a veces se ve algún coche de policía, sí, pero solo paran coches con sudamericanos para pedirles la documentación”.
“Si aunque venga más policía, da igual”, disiente otro, “porque quien quiere hacer algo así tiene más vista que ellos”. Sea un sólo pederasta, o dos, los que estén detrás de estos secuestros, así ha quedado demostrado hasta ahora. En los dos primeros, el pederasta se cuidó de que los lugares en los que captaba a sus víctimas estuviesen libres de cámaras de vigilancia. En el del pasado viernes, en cambio, el modus operandi cambió: sí había presencia policial en una comisaría cercana, pero el lugar en el que después abandonó a la pequeña era un descampado muy poco transitado.
“A mí me da la sensación de que no saben por donde tirar”, afirma uno de los taxistas que trabajan en la zona. “Yo los tengo metidos en casa y no los suelto”, asegura otro compañero, “Y después de lo de Hortaleza… si se entera mi mujer que está de vacaciones, no vuelve”.
“Dicen que hay muchos agentes que van de paisano”, comenta Amalia, que ha aprovechado para bajar a comprar al bazar. “pero ya tenían que haberle cogido”. “Es que eso es muy difícil”, le corrige su marido. “Si le cogiera yo no iba a la cárcel”, le responde ésta. Son varios los que coinciden en que ellos se tomarían la justicia de su mano. “Aquí lo que tienen que hacer es que se cumpla la ley”, dice un hombre que espera en la parada del autobús. “Lo cogen, ¿y qué? ¿Cuál es el castigo? A los dos días está fuera. Y los padres… tampoco hacen mucho caso”.
La presencia de un pederasta mantiene en alerta a los padres, pero, según comparten varios vecinos, son demasiados los que siguen todavía confiados en un “barrio en el que nunca pasaba nada”. “Yo estoy tranquila, porque la vigilo. Si estás pendiente de tus hijos, no tiene por qué pasar esto”, dice otra vecina. Su hija tiene diez años “y nunca va sola”, asegura con firmeza, “Ya ni baja a por las chuches al chino”. El 10 de abril, el secuestrador capturó a la primera de sus víctimas, una niña española de nueve años, en la calle Torrelaguna, también en el distrito de Ciudad Lineal, aprovechando que ésta acudía precisamente a una tienda de gominolas. El hombre convenció a la pequeña diciéndole que su madre lo había enviado para que se probase unas prendas de ropa. Cinco horas después, ya de madrugada, una mujer la localizó en una zona próxima, junto a la estación de metro de Canillejas, sedada y en estado de shock. La menor había sido abusada sexualmente. Y después, lavada.
A pesar de que desde Delegación de Gobierno se insiste en que la búsqueda del pederasta centra los trabajos de los agentes, el sentir general de los vecinos es de desconfianza hacia la actuación policial. Tanto, que uno de ellos ha propuesto en el barrio elaborar un retrato robot con las aportaciones de los testigos que hayan podido ver al pederasta por la zona. Otro comenta, remitiéndose a un amigo policía, que los agentes tienen identificada la matricula del coche utilizado en los secuestros, pero que la intención es cogerlo in fraganti, para poder demostrar con mayor firmeza la culpabilidad.
Todos los vecinos de Ciudad Lineal quieren colaborar, para que la tranquilidad vuelva otra vez al barrio. Ante cualquier sospecha, afirman, hay que denunciar. Y no perder ojo a los niños, insisten.