Luis XIV, el monarca francés conocido como el ‘Rey Sol’ tuvo la desafortunada idea de organizar una lotería tan cara, que todos los primeros premios cayeron entre sus familiares y cortesanos. No tardó el monarca en declarar nulo el sorteo ante los indicios de rebelión que se avecinaban, pues el pueblo francés aceptaba con resignación el poder absoluto del monarca pero no aquel sucio manejo de sus dineros. Cuentan que la reina Isabel II, la de los ‘tristes destinos’, fue la afortunada ganadora de un terno seco en la vieja lotería española, cuyo premio no tuvo más remedio que donar a la beneficencia ante las sospechas de ‘pucherazo’. Al parecer, la reina era una asidua jugadora de ambas loterías y se cuenta que acostumbraba a comprar números completos que quedaban abandonados en las administraciones la noche antes de los sorteos.
Otro de los ilustres ganadores de la lotería fue el teniente general Manuel Cassola Fernández, que durante su breve período al frente del ministerio de la Guerra, tuvo la suerte de ser agraciado con un premio Gordo, que además repartió entre sus allegados. Cassola, famoso por instaurar el servicio militar obligatorio, había comprado un décimo con el dinero sobrante que los miembros de su tertulia ponían para jugar al tresillo. Conocida la noticia, que fue recibida con no pocas suspicacias, el Diario La Iberia se desmarcaba del recelo común con un comentario lleno de sorna: “El premio grande se ha repartido entre militares. ¡Bien hecho! Porque nadie mejor que ellos para defenderse de los sablazos que, de seguro, les han de propinar amigos y allegados”. Volcado ya en la chanza, El Liberal obtenía del presidente Sagasta el siguiente comentario: “Nos preguntan los reformistas cuanto tiempo quiero el poder. Pues ya lo saben: ocho años. Necesito ocho loterías de Navidad para que todos los ministros podamos ponernos a la altura de Cassola. Entonces es cuando podrá pedírsenos que dimitamos”. Aún le sacaría más punta el diario, a costa de las declaraciones de un diputado opuesto a Cassola: “Si yo hubiera querido transigir con el servicio militar obligatorio hubiera sido amigo del general y hubiera ido a su tertulia. De ir a su tertulia claro es que no me hubiera negado a jugar al tresillo, y si juego al tresillo de dos céntimos, como Alix y Mesa (compañeros de tertulia del general Cassola y ganadores con él del premio Gordo), me caen, lo menos, lo menos, cuarenta mil duros. De todo lo cual se deduce que es el servicio militar obligatorio el que tiene la culpa de que yo no sea rico”.
Ramón Gómez de la Serna fue otro de los ilustres ganadores de la lotería. Obtuvo un segundo premio que invirtió en construir el hotel ‘El ventanal’, en la ciudad portuguesa de Estoril donde residió algún tiempo. En su peculiar autobiografía ‘Automoribundia’, el escritor habla de un affaire con una lotera “de belleza entre moruna y hebrea”, de quien obtuvo como prenda unos décimos “que bien sabía yo que nunca tocarían si aquello era amor y amor correspondido”. No fueron aquellos décimos los que encontraron la suerte aunque es más que probable que su idilio con la lotera no fuese más que amor literario.