He llegado a la convicción que por mucho que se legisle, la realidad es tozuda ante la norma absurda. Vivimos en un mundo complejo que nos empeñamos en hacerlo cada vez más complicado. Esto parece evidente cuando tratamos de bucear entre Leyes, Decretos, Reglamentos, Órdenes Ministeriales…; océano normativo que se enreda con Leyes Autonómicas, Órdenes de los Consejeros, Bandos de los Alcaldes, Ordenanzas Municipales. Todo ello ha sido descrito como “hiperinflación normativa” o incluso como “diarrea legislativa”.
Ante un problema la solución parece ser una nueva ley. A veces se riza el rizo y previamente se encargar a una comisión que estudie el problema. Un eminente catedrático de Derecho llegó a decir que “España era la dictadura de la Ley, atenuada por su incumplimiento”. Un alcalde manifestó que “las leyes están hechas para incumplirlas” y, la sabiduría popular sentenció aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”. Tantas páginas de Boletín Oficial son indigeribles incluso para los juristas, por eso ha sido necesaria su especialización para que el atracón se limite a una rama del Derecho.
¿Por qué se legisla? Los problemas económicos, sociales y políticos no son sólo la razón de una nueva norma. También Europa nos obliga a trasponer sus Directivas, los intereses particulares, los programas electorales o, simplemente, se regula para que otros no lo hagan por nosotros o incluso para que parezca que estamos haciendo algo.
¿Se acuerdan cuando se decidió reducir el tope de velocidad en autopistas y autovías? ¿Fue realmente efectivo el cambio? Depende como se mire. Seguramente como ahorro no, posiblemente sí como sistema recaudatorio, aunque al parecer fue menor del previsto. La medida sí que fue excelente para la empresa o empresas que cambiaron las señales de tráfico primero de 120 a 110 y después de 110 a 120.
Lo cierto es que una norma con suficiente propaganda en su apoyo y con la voluntad para obligar a su cumplimiento puede transmutar a la opinión pública y lograr que se cumpla. Los fumadores son ya apestados en habitáculos para fumadores o en la puerta de las oficinas. Quienes corren en las autopistas son reprobados, pese a que si consultamos en la web de Tráfico, la velocidad media de las autopistas en muchos casos sobrepasa el máximo permitido. Otras obligaciones ya han sido asumidas por los conductores, como ponerse el cinturón de seguridad. Se cumple bien sea por la sanción y la pérdida de puntos, porque alguien en el coche nos lo recuerde, porque personalmente se esté de acuerdo o… porque ¡sino el coche no para de pitar!
El Derecho es un buen instrumento para transformar la sociedad, pero no es el único y no puede actuar sólo. Quizás la educación sea el factor más eficaz y revolucionario, pero es mucho más lento. Por sí mismo el Derecho no basta para cambiar una sociedad y precisa de otros factores, como la fuerza, el convencimiento o la razón.
A veces concurrentes, otras divergentes, todos ellos juegan en la partida de la vida produciendo curiosas carambolas. La imposición por la mera imposición no basta, tal y como Unamuno dejó dicho: “venceréis, porque tenéis la fuerza bruta. Pero no convenceréis porque para convencer tenéis que persuadir, y para persuadir necesitáis lo que os falta, la razón y el derecho en la lucha”. No basta con tener la capacidad legislativa, ni siquiera si esta viene acompañada por la fuerza; es necesario el convencimiento que surge de la razón y del corazón.
Las personas deben percibir que el ordenamiento jurídico, el conjunto de las normas jurídicas, es justo en su conjunto, armónico, que obedece a los intereses generales y que cumple la función de generar paz social. En pocas palabras que las leyes son las necesarias y se cumplen.