En vísperas del 11-S, y de la tercera gran manifestación de la Diada, Artur Mas sigue avanzando por el callejón sin salida en el que se metió prometiendo al mismo tiempo dos cosas incompatibles: celebrar la “consulta” y hacerlo dentro de la legalidad.
Incluso los Mossos d’Esquadra le han dicho que si el Tribunal Constitucional la suspende no será legal, aunque trate de ampararse en una ley autonómica. Mas, que es inteligente, lo sabe sobradamente, pero hasta que se acerque el 9-N, va a mantener su discurso ambiguo.
Mientras tanto, Oriol Junqueras le aprieta para que si conviene se salte la legalidad, y hace una referencia a Martin Luther King. La pequeña diferencia es que los catalanes no han de ponerse de pie en los autobuses y ceder el asiento si entra alguien no catalán.
El 11-S, miles de personas van a llenar dos largas calles de Barcelona. Se dirá que hay más gente que el año pasado, cuando ocuparon 400 kilómetros de carretera. El primer año la cifra que se divulgó fue millón y medio. El año pasado, para no ser menos, 1.600.000; es probable que este año sean pues 1.700.000. Pero ¿qué pasará después?
Artur Mas “descubrirá” que Madrid no permite el referéndum y que sería ilegal según el TC. Se reunirá con las fuerzas que apoyan la cita, para convocar elecciones anticipadas. Suponiendo que se pongan de acuerdo, Mas seguramente no se presentará. Su partido tiene el techo de cristal, con el caso Pujol, y las encuestas le señalarán como probable perdedor. En estas circunstancias, es probable que anuncie que él no será candidato. Habrá llegado al final del callejón sin salida.
La batalla
Después de una larga experiencia en guerras, el general Wellington observó. “Sólo hay algo más triste que una batalla ganada: una batalla perdida”.
En cualquier conflicto, lógico por otra parte, ya que no todos pensamos lo mismo, hay que procurar que las víctimas sean las menos, y si fuera posible ninguna.
Hoy es la Diada, fiesta de Catalunya, que debe ser de todos. Sería una pena que algún día se convirtiera en la de unos contra otros. El “bon cop de falç” está bien para ser cantado, como recurso literario como diría Homs, pero no para ser aplicado. Ni en una dirección ni en otra, porque un país dividido sería pérdida para todos, gane quien gane al final.
El peligro es el radicalismo, del bando que sea, cuyo objetivo es que una parte gane a la otra, con la bandera dogmática de que su solución es la única verdadera, rechazando por tanto la contraria y burlándose de una posible tercera vía intermedia.