Terroristas, cabecillas de redes de delincuencia organizada, y presos indisciplinados, sancionados por graves incumplimientos del régimen carcelario. Son los reclusos que “habitan” los módulos de aislamiento en las prisiones españolas. En uno de ellos, en la cárcel madrileña de Soto del Real se encuentra desde ayer Antonio Ortiz, el presunto “pederasta de Ciudad Lineal”, al que se le imputan quince delitos: cinco agresiones sexuales a niñas, otras cinco detenciones, tres tentativas de rapto y otras dos de homicidio, a dos pequeñas a las que les administró una dosis de ansiolítico tal que pudo acabar con su vida.
Ortiz está sometido a una protección añadida a la que ya suelen tener los presos de los módulos de aislamiento, debido al riesgo elevado que correría su integridad física si estuviese en contacto con otros internos. La “ley de la cárcel” no perdona, y el presunto pederasta es blanco para el resto de internos, nada indulgentes con los agresores sexuales. Permanentemente vigilado, podría contar también, si el equipo de psicólogos así lo estima oportuno, con un “preso de apoyo”, un recluso que le acompañaría para evitar que pudiese lesionarse o, incluso, acabar con su vida.
En los módulos de aislamiento, los presos disponen de celdas separadas. Son una especie de habitación, de unos diez metros cuadrados, con una litera, un escritorio, una silla de plástico, una pequeña ducha, inodoro y lavabo. La celda está desprovista de todo aquello que pueda ser utilizado como arma.
En estos módulos conviven los internos clasificados en Primer Grado, esto es, aquellos de peligrosidad máxima, con los inadaptados a la vida en el centro y con presos ordinarios que hayan sido sancionados con días de aislamiento al cometer alguna falta de carácter grave. A estos se suman los presos preventivos, como Antonio Ortiz, a quienes se aisla para evitar linchamientos.
Horarios estrictos y máxima disciplina
El tiempo se administra siguiendo un estricto protocolo. Los horarios son rígidos: el día comienza a las ocho de la mañana, cuando a los internos se les facilitan los utensilios de higiene. Una hora después, reciben el desayuno a través de una bandeja por debajo de la puerta y, si es preciso, también la medicación correspondiente por prescripción facultativa. A las dos y media se les llama a comer. Después, disponen de dos horas de descanso obligatorio.
La tarde se pasa entre lectura, televisión-cada habitación cuenta con una- y en algunos casos actividades deportivas. A las siete llega la cena. A las ocho y media, las luces están apagadas.
Los módulos de aislamiento siguen un rígido protocolo de “régimen cerrado”. Por razones obvias, los presos no pueden compartir patio tampoco con los internos comunes y para sus salidas disponen de espacios particulares. El acceso está también restringido a apenas unas horas diarias, unas cuatro, y de forma compartida con únicamente tres presos más.
En los últimos años, las ásperas condiciones de vida de estos reclusos se han suavizado, gracias a distintos programas que les facilitan la adaptación y hacen que el tiempo pase más deprisa. En ellas, el personal destinado a estos módulos mantiene un estrecho contacto con los reclusos, que suelen aceptar de buen grado participar en programas terapéuticos o en otras actividades, deportivas o musicales. Algunos, como los etarras, en cambio, siempre se han negado a participar en ellas.