A la figura pública que fue Emilio Alonso Manglano le perjudicó sin duda su cercanía al Gobierno de Felipe González, el presidente junto al que transcurrió la mayor parte de sus años al mando de los servicios secretos, aunque hay que recordar que quien le aupó a la dirección del CESID fue el Gobierno de Calvo Sotelo tras el 23-F. Asuntos como los GAL o las escuchas ilegales empañaron una hoja de servicios que no deja de ser brillante, al menos en cuanto a la modernización del servicio que dirigió.
Para el periodista Vicente Almenara, la dirección de Manglano representa un importante cambio en la evolución de los servicios secretos en España. Sus méritos al frente de La Casa serían principalmente dos. Haber orquestado el despliegue exterior del Cesid, logrando una presencia importante en los países del Magreb, en Oriente Medio, en la Unión Soviética y sus países satélites, así como en Latinoamérica, y complementando esta expansión con una relación estrecha con el resto de agencias de inteligencia. Y haber profesionalizado el servicio de Inteligencia, dotándolo de medios técnicos y humanos a la altura de lo que el país requería.
En ese sentido, Manglano tuvo la doble habilidad – tan poco habitual entre los militares – de moverse con soltura entre uniformes y también en los entresijos del poder, lo que le permitió obtener medios económicos y reconocimientos que otros antecesores suyos no tuvieron. “Todo el que ha trabajado con él habla bien de Manglano, sean de uno u otro signo político, y han reconocido su profesionalidad a la hora de organizar el servicio”, explica Vicente Almenara, experto en la historia del Cesid y autor del libro ‘Los servicios de Inteligencia en España. De Carrero Blanco a Manglano’.
No obstante, existen asuntos en los cuales la responsabilidad del CESID y de su director no está del todo clara. Estos son los principales:
23-F: Hay indicios sobrados de que el Cesid participó de alguna forma en el golpe de Estado de 1981. La imputación del comandante Cortina tras la propia declaración de Tejero, así lo atestigua. El juez de instrucción del caso, José María García Escudero, dice en sus memorias: “En la más halagüeña de las hipótesis, la actitud del CESID durante el 23-F fue de todo menos brillante, pero hay motivos para pensar que al menos alguno de sus miembros ha hecho algo más grave que no enterarse”.
En cualquier caso, Emilio Alonso Manglano aún no formaba parte del CESID en aquella época. En febrero de 1981, era teniente coronel de la brigada paracaidista acantonada en Alcalá de Henares, que mandaba el general Mendizábal. El comportamiento de la brigada fue muy importante porque estuvo a las órdenes del teniente general de Madrid, Quintana Lacaci, manteniéndose fiel a la corona y preparado para actuar en cuanto se lo pidiesen. “Precisamente esta lealtad hizo que el ministro de Defensa, Alberto Oliart, se fijase en él y fuera propuesto como director general del servicio a pesar de que este cargo era habitualmente para generales y él llegaba con una graduación menor”, explica Vicente Almenara.
Además, la llegada de Alonso Manglano al CESID supuso que se estrechara la vigilancia de los grupos involucionistas tanto dentro como fuera de los cuarteles, abortando todo intento de conspiración o golpe de Estado posterior al 23-F, como pudo ser el caso de la Operación Cervantes y otras menos conocidas.
Las escuchas del CESID: Nacido como una parte del plan de lucha antiterrorista y de prevención ante planes constitucionales, el CESID organizó un plan de escuchas comandado por el número dos del centro, Juan Alberto Perote. Lo que en principio estaba enmarcado en un plan específico de seguridad nacional, terminó derivando en una escalada de escuchas difícilmente justificables desde una perspectiva de Defensa y sí desde una perspectiva política. “Hay objetivos que están justificados en sí mismos y otros que son injustificables. El poder siempre quiere saber más de nosotros”, asegura Vicente Almenara.
“El debate entre privacidad y seguridad está hoy abierto en Estados Unidos por el caso Snowden, que puede tener similitudes con aquellas escuchas. Lo que está claro y además ha ocurrido siempre y en todos los países es que los servicios de inteligencia, en ocasiones, tienen que poner el pie más allá de la línea roja”, continúa el periodista.
Esa línea roja fue probablemente traspasada cuando se espió a personajes que van desde el Rey hasta los ministros Ordóñez y Barrionuevo, desde empresarios como Ramón Mendoza y Ruiz Mateos hasta periodistas como Pedro J. Ramírez, Luis María Ansón o el columnista Jaime Campmany, que fue precisamente quien llevó el caso a los juzgados. “Se investigó a toda clase de personas que fueron interesantes en aquel momento, aunque es probable que se mezclasen aquellas que eran interesantes para la seguridad nacional, con aquellas que lo eran para el poder político”, dice Almenara.
Los GAL: Los Grupos Antiterroristas de Liberación funcionaron en España y Francia entre 1983 y 1986. Su fundación vino inmediatamente precedida de un intento de proceso de paz fallido entre la banda terrorista y el Gobierno de Felipe González, tras unos años de plomo en los que la media de muertos por actos de terrorismo se acercaba a los cien anuales. La idea era llevar la ‘guerra sucia’ al sur de Francia, ante la nula colaboración de este país en materia antiterrorista.
En total fueron tres años de actividad contraterrorista con un balance de 23 atentados mortales – como el de Lasa y Zabala, enterrados en cal viva – y algún secuestro, entre ellos la sonada equivocación con Segundo Marey. El juicio de los GAL, celebrado en 1991, terminó con el procesamiento de los policías José Amedo y Míchel Domínguez, aunque años después serían también condenados el ministro Barrionuevo y el secretario de Estado José Vera a causa del secuestro de Segundo Marey.
Para el periodista Vicente Almenara, la participación del CESID en los GAL no está de ningún modo probada y en cualquier caso, de haberla, se habría reducido a una colaboración tangencial. “El CESID mantenía una labor de vigilancia, control e información de las tramas de ETA dentro y fuera de España y quizás ese trabajo de inteligencia o parte de él, sí pudo haber sido aprovechado por la trama pero según creo, siempre habría sido de una manera puntual”, asegura.
Otra cosa es que el CESID pudiese estar vigilando a los propios protagonistas de la guerra sucia para informar al Gobierno sobre sus movimientos, aunque a tenor de los resultados – el secuestro de Segundo Marey, por ejemplo – ni siquiera esta supervisión evitó los errores de la trama.