Las universidades españolas no han logrado aún destacar en los rankings internacionales más reconocidos, y no suelen situarse entre las 150 ó 200 primeras del mundo, salvo en alguna clasificación de más reciente creación que tiene en cuenta la corta trayectoria histórica y el menor tamaño de algunas instituciones privadas de educación superior.
Sin embargo, estos resultados llaman especialmente la atención cuando las escuelas de negocios de nuestro país se han convertido, en número creciente, en habituales de este tipo de listados internacionales en el ámbito de la formación de posgrado y de ejecutivos. ¿Por qué estas diferencias en el reconocimiento internacional de nuestras universidades frente a las escuelas de negocios? Varias son las razones, y de distinta naturaleza, que explican por qué algunos de nuestros centros de posgrado son admirados en todo el mundo y sin embargo nuestras universidades apenas son conocidas en el exterior. Algo que podría a atraer a un buen número de estudiantes extranjeros, como ya sucede en las escuelas de negocios o en el propio programa Erasmus para universitarios.
Las claves
En primer lugar, aunque pueda parecer obvio, para estar bien clasificado en estos rankings, hay que quererlo y trabajar para ello con regularidad. Marcárselo como un objetivo estratégico y dedicar tiempo, esfuerzo y recursos a la preparación de estas clasificaciones. Un enfoque que adoptaron hace más de una década nuestras escuelas de negocios pero que no tenía hasta hace bien poco ninguna universidad española, y la gran mayoría sigue sin tenerlo actualmente. Hay que conocer la mecánica y metodología de estos listados, saber quién las elabora e influye en ellas. En definitiva, competir para lograr una posición privilegiada en ellas.
Hay quien piensa que si nuestras universidades tuvieran esta mentalidad, unas cuantas lograrían puestos mucho mejores que los actuales. Los rankings con un fenómeno relativamente nuevo y hasta ahora no han sido atendidos por nuestras universidades.
Razones de fondo
Pero hay más factores, y de fondo, que explican esta dicotomía entre universidades y escuelas de negocios en cuanto a su nivel de internacionalización y presencia en los rankings mundiales.
Las escuelas de negocios, generalmente privadas, se han desarrollado en un sector casi sin regular por lo que han respondido a sus propias necesidades y objetivos. Están obligadas a competir para atraer alumnos, puesto que no los tienen asegurados como las universidades públicas, que son las que dominan el sistema universitario español. No les queda más remedio que mejorar año a año para no quedarse atrás y tienen toda la autonomía para tomar sus propias decisiones estratégicas, mientras que las universidades públicas no la tienen.
Además, sus directivos y decanos son generalmente ejecutivos, mientras que los rectores y decanos de las universidades son políticos o docentes, y elegidos por su propio mundo universitario, generalmente endogámico. Éstos últimos no son nombrados y evaluados por órganos de gobierno que les puedan pedir cuentas. El hecho de que catedráticos y profesores titulares tengan asegurado sus plazas de por vida tampoco deja margen a la innovación, a la movilización, señalan algunos expertos.
Y la financiación pública de estas instituciones académicas, hasta ahora, no ha estado muy ligada a sus resultados.
Tampoco hay que olvidar la conexión con el mundo empresarial. En las escuelas de negocios lo que no funciona se elimina, están más orientadas a la empleabilidad de sus alumnos y tienen más en cuenta en su formación la inteligencia emocional y la importancia de las relaciones sociales en el ámbito profesional. Sin embargo, en las universidades la enseñanza sigue teniendo solamente en cuenta los aspectos racionales. Además, la metodología es más participativa, aplicable y crítica en los centros de formación de ejecutivos, que se orientan más a generar competencias e investigación aplicada, mientras que las universidades suelen limitarse a la transmisión de conocimientos en la mayor parte de las titulaciones.