En China, los niños que van a la academia después de las clases no lo hacen para aprobar una asignatura que se les resiste. En la mayoría de los casos, reciben clases extraescolares para mejorar sus notas y poder aspirar a entrar en una mejor escuela secundaria o universidad. El periodista y escritor Andrés Oppenheimer visitó algunos de estos centros en sus viajes por China, India y Singapur para elaborar el libro ‘¡Basta ya de historias!’ donde analiza modelos educativos de éxito y relaciona una enseñanza de calidad con el progreso económico y social.
El autor constata que los niños chinos estudian hasta 12 horas al día. En el día a día de estos alumnos, la jornada escolar arranca a las 7:30 horas de la mañana y concluye en la escuela a las 3:30 horas de la tarde. Las clases especiales, de refuerzo o para aprender una disciplina extraescolar comienza a las cinco de la tarde y puede alargarse hasta las ocho, nueve o incluso diez de la noche. “Allí estaban los niños, estudiando en sus pupitres, en muchos casos con los mismos uniformes escolares con que habían salido de sus casas al amanecer”.
En Singapur, un país de 4,6 millones de habitantes que ha pasado en cuatro décadas de ser una economía agrícola a un motor financiero y de innovación, donde los billetes llevan como palabra impresa “educación”, el culto al estudio se puede ver en centros comerciales, que incorporan bibliotecas, o la gran cantidad de tutorías privadas, donde los padres llevan a sus hijos para reforzar contenidos. Además, las escuelas públicas tienen clases después de su horario para los estudiantes que se quedan atrás en las clases, y la comunidad china de Singapur ha creado una red de escuelas de tutoría.
Chan Yan Ye, de 16 años, relató al periodista que cada día se levantaba a las cinco de la mañana porque vivía lejos de la escuela, donde las clases comenzaban a las siete y media. Iba a clases de tutoría especial en su centro y dos noches por semana y los sábados recibía clases extra de matemáticas y ciencias.
El periodista habla de la obsesión en China por la educación, que es la continuación de una tradición histórica de la era de Confucio, cuya filosofía se centró en difundir el valor del trabajo y el estudio.
-¿Y nunca ves la televisión? Le pregunta el periodista a Xue, un chico de clase de diez años con un dominio reseñable del inglés.
-Solo puedo ver media hora al día… antes de dormir. Me gusta estudiar, es muy interesante, y si estudio mucho, mi padre me regala un juguete.
En su familia le han enseñado que si saca buenas nota en la escuela, estará en el camino de lograr un buen trabajo y vivir bien.
El autor elogia el culto al estudio y sacrificio de la sociedad china, pero llama la atención por el nivel de estrés y ansiedad, a veces peligroso, que pueden sufrir los alumnos, sobre todo a partir de la educación secundaria o de preparación a la universidad.