“En política, lo que cuenta no es la verdad sino lo que la gente piensa” de esta frase, atribuida al expresidente francés Jacques Chirac, debería tomar buena nota el actual inquilino del Elíseo. Únicamente un 33% de franceses confía hoy en François Hollande como presidente. Con unas cifras récord de paro (10,8%) y la progresiva pérdida de poder adquisitivo, los franceses reprochan al que fuera un ‘candidato para el cambio’: lentitud, falta de firmeza y hasta connivencia en un sistema corrupto.
Dos cosas le han hecho daño a Hollande: los números económicos que siguen reflejando un progresivo declive e inmersión en la crisis del país; y el escándalo Cahuzac (el ya exministro de Hacienda que tuvo que dimitir al desvelarse que había tenido una millonaria cuenta no declarada en Suiza).
Hollande ganó las elecciones en mayo de 2012 con un 53% de votos. Hoy, como refleja un reportaje de RFI (Radio France Internacional), esos votantes sienten un profundo desencanto. Le reprochan su falta de carisma, una comunicación errática del Gobierno en la que los ministros se contradicen los unos a los otros y siembran la incertidumbre.
La vida no es ni mucho menos ‘color de rosa’ en el Gobierno. Promesas como las de cambiar la política económica europea, alcanzar un 3% de déficit en 2013, no reducir el presupuesto del ministerio de la Cultura, quedan para el olvido. La mejor palabra que define ahora el mandato de Hollande, es decepción.