Los cuarteles generales de los bancos hacen balance estos días de un comienzo de enero que no olvidarán. No acaban de presentar sus resultados –malos- completos de 2011 y ya están enfrascados en la batalla por el cumplimiento punto por punto del plan de restructuración financiera que ha puesto en marcha el Gobierno. Un plan que se comerá una parte sustancial de su beneficio neto cuando termine este 2012 histórico para el sector financiero español.
El futuro será duro, ya se verá cuánto en función de la marcha de la economía española y, más concretamente, del potencial de recuperación que esa gran lacra del sector llamada mercado inmobiliario sea capaz de mostrar este año. Pero lo que no tiene discusión son los números del sector el año pasado: los beneficios de Santander y BBVA han caído hasta los niveles de 2004 y los de bancos medianos tan históricos como Banco Popular han retrocedido a niveles de hace más de una década.
Y otros, como los beneficios de Banesto, vuelven a los niveles de 1995. Es decir, tiempos que nos suenan muy lejanos en los que, por ejemplo, los negocios de Internet que hoy son el pan nuestro de cada día empezaban a dar sus primeros pasos. Faltaba un lustro para el pinchazo de la burbuja ‘puntocom’ y más de una década para el de la inmobiliaria. Era otra época, en la que los españoles no sospechaban que estaban a un paso de dar el salto desde la clase medida hasta la categoría de nuevos ricos que ha resultado ser tan efímera.
Sin ir más lejos, las hipotecas a tipo fijo se contrataban a un plazo máximo de 12 años y las de tipo variable se pagaban con un esfuerzo que no superaba un tercio de los ingresos totales de una familia. Usos y costumbres que hoy tendremos que recuperar para sobrevivir en un entorno de deflación general de los precios y con unas expectativas de crecimiento económico que no pueden ser menos halagüeñas.
Lo que no queda claro es si cualquier tiempo pasado fue peor. España es hoy un país mucho más moderno y con empresas mucho más fuertes y diversificadas, pero más de una década después no ha conseguido corregir su problema de desempleo estructural –hay demasiadas incógnitas sobre la inminente reforma laboral como para valorar hasta que punto será capaz de resolverlo- y el sistema financiero está sometido a unas tensiones extraordinarias que impiden poner fecha de caducidad a su proceso de restructuración.
Los beneficios de las entidades financieras en un país tan bancarizado como España son una perfecta vara para medir del estado de salud de los bolsillos españoles. Los bancos y cajas tienen que sacar de la caja los 50.000 millones de euros que cubrirán sus miserias inmobiliarias –al menos de momento- y sanearán sus balances. El resultado es que invertirán menos, darán menos crédito y retribuirán peor a sus accionistas.
Nada que no sepan ya los españoles de a pie, que se han aplicado ya un ajuste de caballo en sus presupuestos familiares a la vista de que son menos ricos: entra menos dinero en casa, el precio de nuestros activos inmobiliarios se ha desplomado y el de los mobiliarios ha sufrido un auténtico tsunami desde que empezó la crisis. Los niveles de vida de todos ellos ya han vuelto a los niveles de 1995 de Banesto. Un vuelta al pasado sana si somos capaces de reconocer –y no reincidir- en los errores que nos metido en la máquina del tiempo.