Nada menos que 160 consejeros generales, 17 miembros del consejo de administración y comisiones de retribuciones, inversiones y control que generaban suculentas retribuciones a sus integrantes. Son los datos que constan en el informe de gobierno corporativo del año 2009 –el último disponible- de Caja España, integrada luego con Caja Duero y cuyo grupo resultante está ahora en fase de unión con la andaluza Unicaja.
España Duero es hoy, por cierto, la única entidad española que no ha cumplido con la obligación de hacer públicos los salarios de los ejecutivos. Y también es un ejemplo de la mala gestión de un buen puñado de bancos y cajas españoles a los que las medidas aprobadas por el Gobierno para reformar el sistema financiero español van a obligar a meter un tijeretazo histórico en sus órganos de gobierno. Muchos de los representantes de los ayuntamientos, de los impositores o de ese cajón desastre llamado “entidades de interés general” ya pueden empezar a hacer las maletas y a ajustar su presupuesto mensual.
Debajo del morbo de las grandes cifras que van a dejar de cobrar algunos de los mayores banqueros del Reino –léase Rodrigo Rato o José María Castellano- se esconde una revolución mucho más impactante en el núcleo de las cajas de ahorros mal gestionadas. El ministro De Guindos ha puesto el dedo en la llaga al anunciar que sus órganos de gobierno deberán limitarse a una asamblea general y a un consejo de administración.
Pero hay más, porque las cajas que hayan perdido el negocio financiero tendrán que destinar a la obra social al menos el 90% de los dividendos que cobren del banco al que fue trasladado el negocio típico. Dicho de otra forma, en el cajón va a quedar lo justo para pagar los gastos generales. Se terminaron los favores, las prebendas y los sueldazos de lujo para una manada de incompetentes que, con escasas excepciones, han dejado el sector en los huesos.
Por eso la reforma financiera tiene una doble lectura. El ataque de indignación de los banqueros a los que le va a bajar el sueldo hasta un 80% es hasta comprensible, pero en sus manos está revertir la situación financiera de las entidades, devolver lo que deben al Frob, y cobrar –aquí está el truco- dentro de tres años la sabrosísima retribución variable que ha sido congelada temporalmente.
Pero todos los personajes sin oficio pero con beneficio que han chupado de la teta de las cajas durante lustros van a quedar fuera de la circulación para siempre. Este y no otro debe ser el epílogo de una restructuración histórica que puede y debe poner el punto y final al escandaloso historial de una cajas presididas en demasiados casos por advenedizos sin experiencia en el mundo económico cuya prioridad era satisfacer las necesidades de los políticos de turno y, con pólvora del rey, llenar el bolsillo de todo tipo de aprovechados que han vivido como reyes girando alrededor de una cajas donde ha primado el descontrol.
La reforma de De Guindos resucita el revolucionario “la tierra para quien la trabaja”. Los gestores de las entidades que han necesitado ayudas volverán a llevar un sueldazo a casa sólo cuando devuelvan sus bancos a la velocidad de crucero, que para eso les pagan; los otros, deberán reinventarse, como ya han hecho millones de españoles en el transcurso de una crisis sencillamente interminable.