Sigmund Freud nació Freiberg (Moravia) el 6 de mayo de 1856. Tres años más tarde, en 1859, se trasladó con toda su familia a Viena -ciudad que siempre detestó-. Allí comenzaría a estudiar medicina; ya que desde pequeño se interesó por conocer los aspectos de la condición humana con rigor científico. Sin embargo, a mitad de su formación, decidió dedicarse a la investigación biológica. Desde 1876 a 1882 pasaría aprendiendo el oficio de la mano del fisiólogo Ernest von Brüke, quien le enseñó algunas estructuras nerviosas de los animales y la anatomía del cerebro humano.
Tras conocer a la que sería su esposa, Martha Bernays, decidió abandonar su carrera como investigador para dedicarse a la medicina. El deseo por contraer matrimonio y sus escasos recursos económicos le condujeron a ello. Trabajó como médico residente en varios departamentos del Hospital General de Viena. Incluso en 1884 se le encargó un estudio sobre el uso terapéutico de la cocaína, que experimentó en primera persona.
En 1886 se marchó a París, becado para un viaje de estudios en el servicio de neurología de la Salpêtrière y tuvo la oportunidad de observar las manifestaciones de la histeria y los efectos de la hipnosis y la sugestión en su tratamiento. Por ello, en su regreso a Viena, abrió una consulta privada como neuropatólogo y comenzó a aplicar la electropatía y la hipnosis en el tratamiento de enfermedades nerviosas.
Con el paso de los años fue perfeccionando su método de “libre asociación”. La observación de sus pacientes le llevó a forjar los elementos esenciales de los conceptos psicoanalíticos de inconsciente, represión y transferencia. Dichos términos aparecieron publicados en 1899 en La interpretación de los sueños, su obra más famosa.
En 1923 le fue diagnosticado un cáncer de mandíbula y desde entonces hasta su muerte en Londres, tal día como hoy, un 23 de septiembre de 1939, estuvo siempre enfermo.