El Teatro Real, dentro de la encomiable política de ofrecer auténticas novedades, tras el espectáculo »Lo Real» de Israel Galván continúa con la programación habitual presentando el estreno mundial de la ópera »The perfect american» de Philip Glass, basada en la novela homónima del dramaturgo austríaco Peter Stephan Jung, con libreto del escritor y guionista de cine Rudy Wurlitzer, realizado con un criterio muy americano de la acción biográfica.
Un encargo conjunto del Real y la English Opera de Londres, donde se presentará en junio. Hasta su estreno en Madrid la ópera ha tenido un largo proceso de gestación que se inició el año 2008 tras el encuentro que Jung y Mortier tuvieron en París. En esta ocasión se ofrece como homenaje al compositor, que acaba de cumplir 75 años.
Jung ha realizado una biografía con un criterio muy libre, basada solo en los últimos meses de su vida. En su relato da entrada a la figura de un ficticio dibujante fracasado, Whilhem Dantine, que trabajó en su taller, del que fue injustamente despedido. Su obsesión por la venganza de permanecer siempre en el anonimato artístico, a pesar de reconocer hasta el final el talento del creador de sueños, le llevó a profundizar en el pasado de Disney, descubriendo que era una persona inculta, un sencillo hombre de campo, atormentado, egocentrista, auténtico alcohólico y fumador –consumía casi tres cajetillas de tabaco diarias-, sufría de insomnio, lloraba con facilidad y tenía que tomar contiuamente pastilas para mitigar sus fuertes dolores de espalda.
Tras una ligera introducción la obra comienza con una celebración festiva en el pueblecito de Marcelin (ciudad en la que Disney siempre se sintió feliz porque, junto a su hermano Roy, allí descubrió la naturaleza y el cariño de los animales) y termina con su muerte. Entre estos acontecimientos se suceden trece escenas que, dado el carácter onírico de la narración, discurren como en los sueños, con un caprichoso orden cronológico. Es la única ópera que se ha dedicado al mítico personaje.
Wurtlitzer intenta reflejar en su libreto el verdadero carácter del genial dibujante y excéntrico empresario. Un ególatra dotado del típico engreimiento americano. En realidad, la presencia del mítico personaje no es más que un leve motivo para tratar el tema de las reflexiones de un hombre universal sobre su concepto de sí mismo y la preocupación que siente por la repercusión futura y permanencia en el público de su amplio trabajo artístico y empresarial. Es como si se realizara un viaje hacia su mundo interior y el concepto de la muerte, del que intenta huir a toda costa: nadie en su entorno puede hablar de “morir”.
Compositor de más de 20 óperas
Philip Glass (1937), último nieto de unos inmigrantes rusos, tras los primeros pasos en Baltimore –su ciudad natal- ingresó en la prestigiosa escuela de composición Juilliard School of New York. Tuvo como profesor al compositor francés Darius Milhaud. Por razones religiosas se trasladó a la India, conoció al Dalai Lama y se familiarizó con el ritmo aditivo indio.
Al volver a New York renunció a sus anteriores formas de componer para dedicarse al cultivo del estilo minimalista, nacido en Estados Unidos. Al extenderse rápidamente entre el público de San Francisco y Nueva York, se convirtió pronto en el más popular de la música americana del siglo XX. Atrajo a bastantes compositores como Philip Glass, Steve Reich o Ferry Riley.
A pesar de considerársele a Glass como uno de sus más destacados impulsores, en esta obra refleja su calidad para la composición operística, concebida con unas formas muy modernas y flexibles.
Su catálogo es muy extenso. Ha compuesto más de 20 óperas (esta es la número 24) varios conciertos para diversos instrumentos y orquesta, nueve sinfonías y otras colaboraciones dedicadas al cine: »La bella y la bestia», »Las horas», »Kandun», etc.-, con las que consiguió varias nominaciones a los premios Oscar y Bafta.
El equipo artístico
La teórica dimensión humana del imaginativo cuentacuentos (como él mismo se define) no ha tenido un reflejo acertado en el flojo libreto de Rudy Wurlitzer. Ha pasado muy por encima sobre cuestiones que objetivamente merecían mayor atención y desarrollo.
Para presentar la biografía de Disney, Phelim McDermott, ha realizado un diseño de escena centrado en un antiguo estudio de cine, marcando muy bien los espacios concretos de su desarrollo a través de las autoproyecciones que se realizan sobre un continuo despliegue de telones transparentes –tal vez demasiados-.
El pasaje de la visita del protagonista a Abraham Lincoln, lo ha concebido cono el expresidente convertido en un decrépito autómata, a pesar de la espectacularidad con lo ha queido rodear, ha resultado una secuencia larga y monótona. Bien conseguidos en cambio la concepción de determinados momentos, como la inauguración de la piscina de Marceline, la alusión a la muerte a través de la presencia de la lechuza, la incineración y los numerosos detalles utilizados para sumergir al espectador en el taller de Disney, donde sólo los hombres podían dibujar y las mujeres limitarse a colorear, tratando de ofrecer cómo es en realidad el lugar en el que se inicia la alegría de ese artificioso mundo feliz y de ensueño que tanto atrajo a pequeños y mayores.
El elenco anglosajón tuvo poca brillantez, vocal y escénica. El barítono inglés Christopher Purves resultó apagado en el desarrollo de la canción discursiva que le ha tocado interpretar para reflejar al genio americano. Donald Kaasch fue más convincente en su papel de Dantine,el díscolo dibujante que se enfrenta con rigor al engreido Disney.
La música de Glass ha ofrecido poca o ninguna novedad en relación con sus composiciones anteriores, »O Corvo Blanco» incluido. Ha sido un más de lo mismo, incluso en el anunciado como novedoso Happy Birthday del segundo acto.
La orquesta, muy ampliada en la cuerda, madera y percusión, marimba incluida, estuvo muy bien llevada por Dennis Russell, gran conocedor de la obra general de Glass. Desplegó un sonido muy atractivo para reflejar con precisión el carácter inquietante con que han sido dibujados sus personajes, especialmente en esos sentidos momentos finales.
Visto el templado entusiasmo con el que la obra ha sido recibida por el público. Dada la difícil situación por la que, en tantos aspectos, está atravesando nuestro país, por muy mundial que quiera considerarse este evento, cabe hacerse la siguiente consideración: ¿Ha merecido la pena realizar el fuerte despliegue económico que con él se ha hecho, y, sobre todo, ha sido adecuada o convincente la justificación que para ello se ha dado?