Hasta 1920 se desconocía por completo la causa exacta de la diabetes y se ignoraba cómo paliarla. A principios del siglo XX el único tratamiento para esta enfermedad consistía en una dieta baja en hidratos de carbono y alta en grasas y proteínas.
En lugar de morir tras el diagnóstico, la dieta permitía a los diabéticos vivir durante un año más.
A finales del siglo XIX los médicos alemanes Joseph von Mering y Oskar Minkowski descubrieron que al extirpar el páncreas a unos perros, estos padecían diabetes, y en 1902 el patólogo estadounidense Eugene Opie descubrió los islotes de Langeshans, formados por cambios degenerativos de células pancreáticas, y la relación del mal funcionamiento de estas células con diabetes.
Edward Albert Sharpey-Schafer descubrió que la sustancia que estos islotes secretaban controlaba el metabolismo de los carbohidratos, es decir, que la función del páncreas es la de transformar en energía el azúcar que se ingiere con los alimentos: lo transforma en glucosa y esta pasa a la sangre.
Cuando se reduce la producción de esa sustancia por un mal funcionamiento de esta glándula, aumenta la cantidad de azúcar en sangre y se produce la hiperglucemia, lo que provoca serios trastornos que atacan a la salud del enfermo.
Esta importantísima sustancia, imprescindible para los diabéticos, fue aislada en 1921 en la Universidad de Toronto por los científicos canadienses Charles Best, John J. Richard Maclend y Frederick Banting, que la lograron extraer con éxito de animales de laboratorio y le dieron el nombre de insulina. Los animales presentaron síntomas de diabetes. Los científicos establecieron entonces un programa de inyección de insulina que retornó a los animales a su condición natural.
El experimento confirmó la teoría de que la causa de la diabetes era la falta de insulina, que metaboliza los azúcares. Consiguieron extraer insulina del páncreas de ganado de mataderos y comenzaron a aplicar el tratamiento a un joven paciente diabético, Leonard Thompson. Tras recibir las inyecciones de insulina, el adolescente mejoró de manera espectacular.
En 1923 la insulina ya era un producto fácilmente adquirible, que salvó innumerables vidas en todo el mundo. Maclend y Banting recibieron en 1923 el Premio Nobel de la Medicina por este descubrimiento.