El túmulo es un armazón de madera, vestido de paños fúnebres, que se erigía para la celebración de las honras de un difunto. En la celebración de la muerte y resurrección, es la expresión visible del ser invisible o del »no ser». Es, según informan fuentes del Obispado, la manifestación por antonomasia del arte efímero de los siglos XV al XX.
La existencia de un túmulo en la Catedral de Segovia, con su paño de difuntos del siglo XIX, hachones de luz, vestimentas y ornamentos litúrgicos de diferentes épocas, ha motivado al Cabildo a exponer este catafalco que vestía de luto la Catedral.
A partir del siglo XVII, cuando el crucero de la seo fue cerrado, el túmulo se colocaba debajo de la cúpula, en la intersección entre el transepto y la nave central, y era colocado por los altareros. Este espacio se concibe como una concepción totalizadora. La memoria del difunto se debatía entre lo celestial y lo terrenal.
Durante el siglo XVI se desarrollaba más la liturgia y la solemnidad con motivo de la muerte de un personaje insigne y, durante los siglos XVII y XVIII, el catafalco acabó siendo la manifestación por antonomasia del arte efímero.
Con la llegada de la Ilustración, de la mano de los Borbones, se experimentó un cambio estilístico e iconográfico, pues Carlos III veía en ellos un gasto costoso y perecedero. Poco a poco, la escenografía y simbolismo de estos monumentos funerarios perdieron su fuerza, manteniéndose los lutos dentro de las iglesias como supervivencia decorativa. Quedó suprimido después del Concilio Vaticano II, en 1962.
A día de hoy, según las mismas fuentes, constituyen auténticas manifestaciones artísticas y, pese a que en un principio se asociaban a reyes y familiares cercanos, pronto se hizo extensible a toda la sociedad.
En la Catedral segoviana, esta arquitectura efímera podrá visitarse del 1 a 9 de noviembre en la capilla de San Cosme y San Damián de 9.30 a 17.30 horas.