Encuestas, encuestas, encuestas… Mi reino por una encuesta. A fin de cuentas, la abdicación del Rey Juan Carlos –ahora lo sabemos- dependió de las encuestas, que caían a plomo sobre sus treinta y muchos años de exitoso reinado.
La popularidad del Rey Felipe también se mueve a golpe de encuesta, como si la mano que saluda sin descanso desde las balconadas de los ayuntamientos, desde los estrados y a lo largo de los pasillos flanqueados por las turbas, estuviese conectada a los tantos por ciento de una sociedad que, en buena medida, no sabe / no contesta.
Y en las encuestas, la caída en picado de los hijos de la ETA por la irrupción del joven profesor universitario de discurso ardoroso –Podemos encuentra, al fin, una razón de ser-. Y el desapego a la abulia de Rajoy y a las sinrazones del tal Arriola, el mago encuestero por excelencia, que ha convertido el convencimiento político en una sopa tibia.
Y en las encuestas el desconocimiento popular de ese tal Sánchez al que sólo le falta participar en “Mira quién baila” para demostrar que el PSOE es un partido renovado. Y la nada de Izquierda Unida.
Las encuestas, en teoría, forman colecciones de tantos por ciento, la demoscopia nacional gracias a las artes del CIS, brazo largo del Gobierno, y a la de todas esas otras empresas que funcionan a golpe de transferencia antes de sacar a sus simpáticos chicos a las esquinas, la carpeta bien pegada al esternón, decididos a hacernos unas cuantas preguntas. Empresas que se esperan a recibir la jugosa transferencia antes de poner a sus callcenters a marcar aquí y allá, para preguntarnos qué valoración nos merece –es un decir- la Ministra de Agricultura, de la que desconocemos hasta el nombre.
El caso es que a mí nunca me han hecho una encuesta, salvo los de mi compañía de teléfono móvil cada vez que les llamo en busca de una mejora para mi factura. Y tampoco he tenido, hasta la fecha, el placer de conocer a un familiar o amigo que haya recibido una llamada para preguntarle por su intención de voto o al que haya asaetado a preguntas acerca de su percepción de la actualidad. Mucho menos, que haya podido darse el gusto de puntuar a los que hacen cabeza de esto que llaman Estado, responsables de que las carreteras de Andalucía estén parcheadas de un paupérrimo asfalto, o de que las huelgas de trenes y aviones siempre revienten el inicio de las vacaciones del hombre y la mujer de a pie.
Me pregunto, por tanto, con qué opiniones cuecen las encuestas. Porque mi familia es larga –mis abuelos paternos tuvieron catorce hijos y casi un centenar de nietos, la mayoría padres hoy de tres o cuatro churumbeles; hagan el cálculo…; mis abuelos maternos, aunque más discretos, también pudieron presumir de una generosa descendencia ayuna de encuestas- y me jacto de disfrutar de una nutrida baraja de amistades. Lo que significa que mi percepción de que las encuestas son… encuestas, es mucho más objetiva que esa lluvia de porcentajes que colocan a unos encuestados aquí, a otros allá, a los demás acullá, como si fuese un juego.
Son las encuestas un entretenimiento para el fin de semana, una sábana desplegable sobre la que cualquier ciudadano puede afirmar la sensatez de sus valoraciones, lo satisfecho que está de conocerse. Al fin y al cabo, las encuestas casi nunca dan sorpresas porque cualquiera de ustedes podría anticiparlas con la misma soltura con la que rellenan una quiniela o los números de la suerte en eso que llaman Bonoloto o Euromillón.
A qué acierto: lo que más preocupa a los españoles a día de hoy es el paro, el devenir de la economía, la corrupción, el lugar que ocupará el invento de Pablo Iglesias en las próximas elecciones, la confirmación de los brotes verdes de la economía cocinada por el PP… ¡Y un jamón! A los españoles lo que nos preocupa, además del paro, es el futuro de Alfonso Díez –el viudo de España-; saber a qué se dedica la Pantoja en prisión (¿cantará “Marinero de Luces” mientras recorta patrones en el taller? ¿Enseñará, durante las horas de patio, al resto de presas, cómo hacer gorgoritos en la interpretación de una copla?…); conocer de quién está enamorado Jordi, el cocinero guapo de Masterchef; entender la razón por la que Mariló, después de tantos tropiezos, sigue reinando sobre las mañanas de TVE, así como un montón de bagatelas por el estilo.
Lo demás –lo que compartimentan las encuestas- ya viene dado por la vida, nos guste o no nos guste.